Opinión
Yesano.com, 29-VI-2002
Diez años de un mal Pacto

M.ª Victoria Trigo Bello

          Hoy domingo 30 de Junio se cumplen diez años de la firma del Pacto del Agua en las Cortes de Aragón. Desde esa fecha, en muchos de nuestros pueblos ha arreciado el declive de los censos, el Canfranero sigue sin arrancar, Teruel insiste clamando en su desierto, alguna que otra línea de alta tensión nos fustiga el Pirineo y, para añadir otro garbanzo negro a nuestro deficiente cocido económico y social, el tema del agua ha subido de temperatura, acentuándose en los últimos tiempos las tensiones que el mismo suscita dentro de nuestra región. Y es que el Pacto del Agua, que nació avalado por todas las firmas entonces con representación en nuestro ámbito político, nunca ha sido la herramienta capaz de concitar el acuerdo en materia hidráulica, por mucho que se obstinen todavía varios de sus progenitores en cantar sus virtudes como garante de reservas estratégicas de agua y de otras hierbas prometidas.

            Un pacto que asume que el bienestar de unos justifica el sacrificio de otros, no es admisible en una democracia que se precie de tal. Pero lamentablemente, no han bastado diez años para que se proceda a rectificar o, mejor aún, a anular ese pacto para comenzar bajo nuevas premisas la planificación de la utilización de los recursos hídricos de Aragón y considerando a los ríos en su estado natural –lo que les quede de natural...- como los mejores depositarios del preciado bien del agua. Mal que nos pese, el Pacto del Agua está ahí, encallado en cajones o en ceremonias de aparente debate donde cada cual repite su mensaje. El Pacto del Agua permanece vegetativo, sin rango de difunto para ser enterrado, sin dejar vía libre al imprescindible papel en blanco en torno al cual sentarse a hablar. Algunos atisbos de admitir como interlocutores a los afectados, aun siendo apreciables por lo que de novedoso representan, no son suficientes para compensar por el crónico olvido a que se han visto sometidos los territorios que han sido objeto y nunca protagonistas de las decisiones que sobre ellos se han fraguado. De ahí mi razonable temor a que las intenciones de diálogo, incluida la comparecencia de Coagret en las Cortes el pasado día once, sólo sean una muestra de cortesía carente de más contenido y trascendencia.

            En esta década, ha habido quienes se han doblegado a las compensaciones por vender tierra, historia, paisaje y sentimientos. También ha habido quienes desde la mezquindad, han mercadeado con el dolor del vecino, creando en torno a los núcleos de resistencia verdaderos cercos de opresión que, afortunadamente, lejos de hacer reblar la valía de gentes con conciencia de que el patrimonio de una corriente fluvial es mucho más que un puñado de hectómetros cúbicos moldeables a gusto del mejor postor, han contribuido a convertirles en referentes de lo que es la dignidad y la defensa del derecho a vivir en armonía con la naturaleza y la libertad de hacerlo donde creen más conveniente, sin aspirar a crecer a costa del perjuicio del prójimo. Conocer a esas personas, bastión de la integridad, es lo único aprovechable de esta década de aguas tan turbias y considero una responsabilidad y un honor sumar esfuerzos a la constancia de quienes día a día, entre hostilidades a veces al filo del tabique, renuncian a arrimar el ascua del río revuelto a la rancia sardina del egoísmo y escriben altruistamente la historia que únicamente los medios más nobles se prestan a reflejar.

¿A qué aragonesismo y a qué futuro se refieren quienes todavía hoy, con planteamientos de hace un siglo, apuestan por seguir ahondando en la fractura social que en Aragón suscitan las grandes obras previstas para embalsar agua, oficialmente con vistas al regadío? ¿Y de verdad que toda ese agua es para regar... en Aragón? ¿Y con este indefendible Pacto del Agua piensan alcanzar la unidad para evitar el trasvase del Ebro? Quizás se refieran a la unidad del silencio de las minorías, como lienzo en el que resuene el griterío del sí al Pacto del Agua, versión baturra del paseo militar de la Moncloa.

            Ya está bien de Ebromanías. El trasvase del Ebro es una bravuconada del gran capital, pero no es más honesto utilizar la lucha contra el mismo para ningunear la problemática que otros ríos conllevan. Si en nuestra propia casa abogamos por la destrucción definitiva del Ésera, del Aragón, del Gállego, del Jalón... ¿por qué no pueden reclamar desde otros frentes el caudal del Ebro para la operación triunfo de las urnas que más pesan? Y si tan importantes son esas obras crónicamente pendientes en Aragón –acerca de las que si preguntáramos a la ciudadanía en una encuesta en las calles, en los colegios y en diversos foros, posiblemente comprobáramos que muchos aragoneses no saben ni detallar los nombres de los proyectos más controvertidos- también cabría cuestionarse por qué únicamente han salido de su letargo cuando ha aparecido en escena el Plan Hidrológico Nacional con el trasvase del Ebro como Neptuno de esta marea negra. ¿Acaso cabría un trasvase del Ebro sin los magnos embalses del Pacto del Agua, precisamente las obras que con más urgencia se demanda para el pretendido progreso de Aragón?

            Y en este gota a gota de interrogantes, con el personal crispado por los regadíos que no llegan ni llegarán, con la sequía que no se soluciona con hormigón, con el repetido acoso a quienes quieren vivir junto a los ríos, con los tribunales con la balanza en el aire, así, tan inútilmente, el Pacto del Agua ha cumplido diez años, diez años perdidos en la historia de Aragón, diez años de una convivencia fracasada, diez años sin liderazgo para tomar eficazmente las riendas de esta Comunidad Autónoma tan maltratada por sus propios gobernantes y tan burlada desde Madrid.

Mª. Victoria Trigo Bello

EBRO VIVO – Coagret

 

Asociación Río Aragón-COAGRET