OPINIÓN

El Diario Vasco, sábado, 14 de Octubre de 2000

Nueva gestión

JULEN REKONDO /EXPERTO EN TEMAS AMBIENTALES

El agua, por su escasez y usos alternativos, provoca frecuentemente reacciones contradictorias y viscerales; no obstante debemos admitir tres evidencias irrefutables que condicionan la gestión hídrica en España: el agua es un bien escaso y desigualmente repartido; el agua es un factor limitante para las actividades humanas y para los procesos naturales; y la deforestación de las cuencas, el despilfarro y la contaminación de los cauces degradan su ciclo y su esencia. El río forma un ecosistema dinámico, cambiante, complejo, diverso lineal, sensible y estacional, cuyas características biológicas y ecológicas dependen fundamentalmente de las condiciones del agua (superficial y subterránea) y de su distribución temporal, es decir, del estado de su cuenca y del régimen de precipitaciones. El agua no sólo es necesaria para nuestra vida (en la industria, en la calle y en el campo) sino que también lo es para la de toda la compleja comunidad biológica que nos acompaña y especialmente para la biocenosis fluvial.

 Los recursos de agua en España son de 111.000 hectómetros cúbicos al año. De forma natural, si no existiera ninguna obra de regulación, podríamos aprovechar cerca del 8% del agua disponible; con los embalses llegamos a utilizar el 40%, lo mismo que de forma natural sin regulación pueden utilizar otros países europeos. La demanda actual puede evaluarse en: 4.667 Hm3/año urbana, 1.647 Hm3/año industrial, 24.094 Hm3/año regadío y 4.915 Hm3/año refrigeración; es decir 35.323 Hm3/año de los que el 59% son el consumo real y el restante 41% retorna al río, más o menos degradado.

 La irregularidad de las precipitaciones tanto en el tiempo como en el espacio, no es una maldición del cielo sino un dato, y la media de las aportaciones fluviales tampoco constituye la oferta consuntiva sino una burda estimación del flujo del agua que pasa por el ecosistema. No podemos disponer de todo el agua de nuestros ríos ni dejar sus caudales secos o contaminarlos con desperdicios; tan sólo tenemos derecho a utilizar una parte de las aportaciones, una parte de los caudales circundantes y esa parte debe definirse a partir de las características ecológicas del río y no excluvivamente de la demanda. El uso del agua debe adaptarse a las características de su ciclo global; lo contrario es una grave irresponsabilidad ecológica imposible de mantener a medio plazo. En consecuencia, la afección a los ciclos hídricos naturales (regulación, extracción, trasvase, distribución, uso, consumo y contaminación) no puede autorizarse sin un previo debate multidisciplinar que la integre en los planes de ordenación del territorio (regional y nacional) con una perspectiva de medio y largo plazo.

 Indudablemente es preciso contestar fundamentalmente algunas preguntas, teniendo en cuenca que cada río y tramo del mismo son diferentes: ¿Cuál es el máximo volumen regulable? ¿Qué régimen artificial puede soportar? ¿Qué caudal máximo y mínimo debemos garantizar? ¿Qué consumos máximos son compatibles con los ciclos naturales del ecosistema? Estas cuestiones no pueden contestarse sin un profundo conocimiento del ecosistema fluvial. El agua sigue su ancestral ciclo planetario: evaporación desde los mares, transporte en forma de vapor por la atmósfera, alimentación de aguas subterráneas, concentración en los cauces superficiales, transporte de sedimentos en disolución y suspensión, y llegada al mar para comenzar un nuevo ciclo. De este ciclo dependemos todos y todo.

 El agua no es nuestra, el agua es del ecosistema Tierra. La que circula por el río no se pierde en el mar, como se está repitiendo estos días en relación con el caudal del río Ebro que va a parar al Mediterráneo, sino que hace lo que debe: mantener el equilibrio de los ecosistemas. Sin tener en cuenta esto no es posible solucionar los problemas del agua ni en el pueblo, ni en la comunidad, ni en el país, ni en el mundo.

 La Administración tiene la obligación de rectificar y pasar de gestionar las obras hidráulicas a racionalizar el recurso agua, asumir su escasez y considerar globalmente los ecosistemas fluviales. La gestión del agua no es sólo una actividad técnica sino también empresarial y ecosocial que necesita la colaboración de entramado asociativo serio y un ambiente favorable al diálogo. El criterio técnico de aumentar constantemente la oferta, ha contribuido a la cultura del despilfarro y de la contaminación. Buena parte de los debates públicos sobre el agua están mediatizados por las sequías y por los regantes, lo que no favorece en absoluto la imparcialidad y el sosiego necesarios para recuperar la sensatez en ese debate.

 ¿Por qué es tan diferente el precio que pagamos por metro cúbico de agua en la acequia (1 peseta), en el grifo (100), en el supermercado (25.000) y en el bar (200.000)? ¿Qué condiciones podrían justificar un trasvase entre cuencas ahora que se plantean en el Plan Hidrológico del Gobierno? ¿Cuánto vale el metro cúbico dedicado a baño, pesca, navegación, ocio, cultura en un río? ¿Qué valor se asigna al metro cúbico de agua dedicado a construir el paisaje, el ecosistema fluvial y el equilibrio ambiental? Estas preguntas y muchas otras, básicas para un aprovechamiento sostenible del recurso, merecen serios debates multidisciplinares. Esperemos que el debate iniciado en torno al Plan Hidrológico Nacional ahonde en ello y marque el comienzo de una nueva e imprescindible gestión del ciclo del agua.
 
Asociación Río Aragón