El Periódico, viernes 8 de septiembre de 2000
Ramón Batalla. Profesor de Geografía Física de la Universidad de Lérida
El agua es también para los ríos

Un plan hidrológico basado en el hormigón puede ser beneficioso en lo inmediato, pero hipoteca el futuro: embalses y pantanos alteran ciclos y ecosistemas. En California ya desandan ese camino.


El camino más fácil y eficiente no siempre sigue una línea recta. Los ríos lo saben muy bien y nos lo muestran, cuando llevan agua, con sus trazados trenzados y meandriformes. Éste es un principio hidráulico básico, pero no parece haber iluminado del todo la elaboración del Plan Hidrológico Nacional.

Empecemos por el principio. Los ríos forman parte del ciclo hidrológico, y de su funcionamiento dependen varios ecosistemas asociados, como por ejemplo los deltas, los acuíferos, las riberas y las llanuras de inundación. La preservación de los procesos hidrológicos y geomorfológicos garantizan su supervivencia y, sobre todo, nos permiten conservar agua para su aprovechamiento futuro. El agua y los sedimentos y nutrientes que transporta son elementos esenciales para el mantenimiento de actividades económicas en zonas costeras.

Repasemos la situación hidrológica del Ebro. Según datos de la Confederación Hidrográfica del Ebro, los embalses repartidos por la cuenca regulan el 60% de la aportación hídrica del río, cifra que supone 7.630 hectómetros cúbicos de agua embalsada. Esta regulación ha supuesto que los caudales pico de las avenidas se hayan reducido hasta el 70%, afectando, especialmente, a las crecidas de periodo de retorno más bajo. Estas crecidas mantenían la vitalidad geomorfológica y ecológica del río y del delta, ya que movilizaban los sedimentos finos y los transportaban aguas abajo; limpiaban y oxigenaban el cauce de gravas, manteniendo el hábitat en buen estado; evitaban la colonización del canal por la vegetación, y recargaban los acuíferos, resguardándolos de las intrusiones de agua marina. La aportación hídrica se vería aún reducida en un 8% más si se llevara a cabo la totalidad del trasvase proyectado. Superado con creces el umbral del 50% de regulación, el impacto marginal de nuevas regulaciones, en este caso extracciones por el trasvase, será creciente en el régimen de la cuenca. Teniendo en cuenta la fuerte variabilidad del caudal del río, y que, por ejemplo, una avenida con periodo de retorno de 10 años descarga ella sola al mar una media de 600 hectómetros cúbicos de agua, quedará poca agua en régimen natural, incluso para llevar a cabo un programa de caudales mínimos, y aún menos de crecidas de mantenimiento.

En California, por ejemplo, están empezando a desandar el camino. El embalse y el trasvase de agua de los ríos Sacramento y San Joaquín para abastecer el riego del Central Valley –25% de la producción hortofrutícola de toda la Unión– ha provocado, además de los efectos conocidos en estos casos, la desaparición de las especies de salmón que hace sólo 30 años tenían los ríos como elemento clave en su ciclo vital. Y lo que es más importante para el productor y para el consu midor californiano, amenazaban seriamente la viabilidad de la industria pesquera y el abastecimiento de los mercados. El debate se abrió hace años y ya se comienzan a aceptar, entre otras, propuestas firmes para la supresión de embalses, cara a restaurar los procesos fluviales como base para la supervivencia del salmón y de su viabilidad económica. Las decisiones se fundamentan en una búsqueda intensiva realizada de modo interdisciplinario por la comunidad científica y en la adopción de caminos alternativos.

Las alternativas pasan, en el caso del trasvase del Ebro, por la reutilización de las aguas depuradas, la regeneración y explotación de acuíferos ahora contaminados de las zonas a las que se piensa llevar agua; la recuperación de la capacidad de los embalses mediante la extracción de áridos con posible interés comercial; el diseño de crecidas de mantenimiento; la mejora de la eficiencia del uso del agua en la agricultura, tanto en canales como, sobre todo, en sistemas de riego; la desalinización del agua marina, y el fomento del ahorro. Un trasvase menor podría ser un buen complemento. Un programa intensivo de investigación ayudaría a evitar una extracción desproporcionada y a saber compensar la que finalmente se realice. Sería un buen inicio para la implantación en Cataluña de programas piloto de gestión integral del agua y el sedimento en ríos y cuencas.

El camino más fácil no es la vía directa. La planificación sobre la oferta, en este caso disponibilidad del recurso hídrico, en lugar de la satisfacción inmediata de demanda, sería más rentable a largo plazo. El Plan Hidrológico ha optado, de entrada, por el camino más fácil, consistente en hacer llegar el agua allí donde se necesita, sin incidir lo suficientemente aún en lo que se hace con el agua y las posibles alternativas, totales o parciales, a las grandes obras hidráulicas. Estamos discutiendo, en definitiva, si el núcleo de la política hidrológica tiene que ser de hormigón. Ríos con agua que llegue al mar nos ayudarían a verlo más claro.