OPINIÓN

Revista Aragón Turístico y Monumental, octubre de 2000, n.º 349

Editorial

Los trasvases del Ebro

Santiago Parra de Más, director de Aragón Turístico y Monumental

Hace 25 años Aragón pudo resistir el trasvase del Ebro, que entonces reclamaba Cataluña. El Sindicato de Iniciativa y propaganda de Aragón (SIPA) y la REVISTA ARAGÓN se alinearon con otras muchas entidades REGIONALES en defensa no exactamente de nuestros intereses, sino del criterio más racional. Se editaron folletos y se acuñó aquel lema de "Aragón también tiene sed", que hace poco todavía podía verse en un cartelón a la entrada del desierto de Monegros (hoy, con unas quince mil Ha de riego, un poco menos desierto).

Lo que ahora se nos viene encima es de mayor calado: el agua del Ebro se espera con impaciencia en todo el arco mediterráneo, desde Barcelona hasta Almería. La piden unos quince millones de votos. Dios nos coja confesados.

En este cuarto de siglo no se han hecho sin embargo grandes obras hidráulicas en la cuenca del Ebro: no se dispone demás agua embalsada. El famoso "Pacto del Agua" ha concluido (al menos de momento) en agua, pero "de borrajas". Ahora resulta que con lo que hay ya se puede trasvasar.

Sin embargo en estos veinticinco años hemos avanzado mucho en lo que atañe al conocimiento de nuestro planeta.

Los glaciares retroceden (en Aragón casi han desaparecido), la capa de ozono disminuye a pasos agigantados, los hielos polares se derriten. Puede ser que estemos en los mismos umbrales de una revolución climática. La conciencia ecológica informa los postulados políticos con U misma fuerza que en su momento irrumpió la "declaración de los derechos humanos". En este contexto hay que afirmar que el agua que se quiere trasvasar no "se tira al mar", como obsesivamente repiten quienes la reclaman: el agua va a sus acuíferos, alimenta sus ecosistemas propios, las lagunas y galachos, preserva los deltas y toda la flora y fauna.

En medio de la contienda ordenemos algunas ideas.

La "solidaridad interregional"
El eslogan gubernamental recuerda aquella cita tragicómica de nuestros abuelos: "¡Libertad: cuantos crímenes se cometen en tu nombra¡". Aragón es tierra dura y despoblada, azotada por el cierzo y los cambios de temperatura. Así le pareció al mismísimo Julio César hace dos mil años cuando guerreaba por el Cinca; lo señalaba el historiador Andrés Giménez Soler en 1925 (precisamente en el n.° 3 de esta Revista): "tierra terrible, sin vegetación, ingrata e inhabitable". Años después (en 1937, n.° 142), convertida momentáneamente Zaragoza en la ciudad más importante de la España franquista, el mismo Giménez Soler achacaba al aislamiento y escasa importancia económica de Madrid la sumisión del centro a la periferia: soñaba en que las cosas cambiarían al fin de la contienda. Falsas expectativas. Madrid no cambia, probablemente porque no puede: hay que ayudarle a comprender nuestra voluntad de seguir existiendo.

Pues bien esta es la tierra, hoy en buena parte redimida por el esfuerzo (demasiado) secular de su puesta en regadío y su implantación industrial, que ha de ser "solidaria". La que debe ceder el principal recurso a su alcance: el agua pirenaica. Se trata de que llegue a los españoles del litoral, que cuentan con buenas comunicaciones, desarrollo turístico, industria y agricultura intensiva. Toda una excelente acción solidaria. No basta con que ya dos terceras partes de la energía eléctrica que aquí se produce -anegando valles, borrando cauces- se consuma en esas regiones. Ni que desde hace muchos años la balanza fiscal, impuestos recaudados/inversiones estatales, sea deficitaria. Ni que la emigración haya desangrado la región en este último siglo (casi podríamos decir que los que piden el trasvase desde Cataluña, como hijos o nietos de aragoneses que son reclaman "su" agua). Ni que gran parte del ahorro que se capta por las entidades financieras se invierta fuera de aquí porque el "despegue" económico sólo haya llegado a comarcas muy concretas.

Reclamar el trasvase invocando la solidaridad es una inmoralidad. Para su desgracia (hay que decirlo con tristeza) Aragón nunca ha guardado nada para sí.

No somos unos inútiles
Tampoco somos unos inútiles, personas que no sepamos utilizar los recursos de que disponemos. Esta tierra tan dura ha sabido resistir en la medida en que le ha sido posible. A principios de siglo Aragón, región agraria como todas las del interior, ocupaba en la agricultura más del 60% de su población activa; hoy no llega al 8. Cambios hechos no sin problemas, desde luego. Es muy difícil vertebrar este territorio tan disperso y poco habitado. Y a pesar de todo, el censo no ha disminuido, aunque nos hayamos hecho más viejos. Aún hay remedio en la inmigración. Como recordaba Guillermo Fatás hace unos días Aragón ha puesto en pie la segunda ciudad del interior peninsular, con Universidad prestigiosa con más de 50.000 alumnos. Implantación industrial importantísima, creada con el trabajo inteligente de varias generaciones de empresarios. En medio de un desierto salpicado de algunos oasis regables Zaragoza organizaba ya exposiciones industriales y comerciales en 1868 y 1885. En 1908 la importantísima "Hispano-francés", con la que se quiso cerrar amistosamente el tremendo Sitios. Sus incipientes industrias metalúrgicas implantación de hasta ocho o diez azucareras, que luego supieron reconvertirse cuando el cultivo de la remolacha se trasladó con criterios dudosos a otras regiones. Donde hubo infraestructura nacieron ejes de desarrollo y una moderna burguesía comercial e industrial. La región, con una extensión mayor que la de Cataluña, Navarra y el País Vasco juntas, con 160 km. de frontera con Francia, guarda insospechadas posibilidades de desarrollo. Sin duda la administración autonómica conseguirá en unas décadas aquello que el Estado ha sido tan cicatero en proporcionar: comunicaciones, infraestructuras y vertebración. Los recursos no se perderán.

El agua "de calidad" para Zaragoza
Otro de los "flashes" introducidos por la inteligente y preparadísima campaña gubernamental es el de que sólo en el marco de estas actuaciones del hormigón y el anegamiento será posible que Zaragoza y su comarca (más de 700.000 habitantes) puedan tener agua de "calidad". Recordemos que la que vierte el grifo ciudadano procede del Canal Imperial o directamente del Ebro, muy contaminada en ambos casos. Para lograr este suministro hay que recrecer Yesa en la barbaridad de 1.000 Hm, acabando de inundar tres o cuatro términos municipales.

Pues bien este argumento solapado, que enfrenta a los regantes de Bardenas (temerosos de perder caudales) con sus propios conciudadanos, no está suficientemente contrastado. Bastaría con modernizar los riegos para disponer de esos 200 Hm que colmarían las aspiraciones zaragozanas. El recrecimiento de Yesa (mientras no se demuestre lo contrario) no pretendía sino almacenar aguas transvasables, ahora ha venido a aclararse en el Plan Hidrológico.

Los verdaderos perjudicados
Los más perjudicados por toda política de presas y pantanos, con o sin transvases, son indudablemente los que han tenido o tendrán que ser expulsados de sus pueblos. Nadie se acuerda de ellos. No lo han hecho demasiado los regantes de aquí, menos lo harán los jugadores de golf de los campos de La Manga del Mar Menor o los cultivadores del "plástico" de Almería. Las comarcas del Alto y Bajo Aragón que han quedado desmochadas y sin fuerza vital. Las torres que emergen de las Iglesias inundadas, que rompen el corazón (a quien lo tenga). Los cientos de municipios que se aniquilaron.- ¿Qué se hizo para mejorar la situación de los que se quedaron a malvivir? ¿Qué se va a hacer ahora con quienes les toque correr la misma suerte? Ha sido el Estado duro en las expropiaciones. Tacaño en las indemnizaciones. Inflexible en cuanto a las reversiones que se hubieran podido o todavía se pueden hacer. Una nulidad en cuanto al esfuerzo imaginativo de proyectos de restitución. Inhumano en cuanto a los plazos de afectación: ahí tenemos a los pueblos expropiados por el pantano de Jánovas, a la espera de la actuación de la concesionaria después de un cuarto de siglo. Esto es sencillamente medieval: en ninguna otra parte del mundo civilizado se hubiera consentido lo que aquí hemos aguantado. Son precedentes muy amargos.

El Costismo
Aragón ha sido costista ("regar es gobernar") y ha visto en los pantanos y en el agua la "redención" de sus duros secanos. Habría que ver sin embargo la posición que adoptaría ahora D. Joaquín. No en vano ha pasado un siglo. Como a persona inteligente no se le escaparían las razones de los ecologistas, que poco a poco van siendo las de todos. Seguro que la vista de las moles de hormigón habrían espantado su sensibilidad. Sin duda que la prosecución de esta política le conduciría a muchas matizaciones. Como hombre imaginativo se habría interesado por las alternativas de que ahora disponemos: nuevas formas de riego, ahorro del agua, revestimiento de acequias, administración de lo que se dispone. Habría atendido, como científico, a las posibilidades que brinda la recuperación de caudales o la desalinización del agua del mar. Lo que desde luego no le habría cabido en la cabeza a Costa es que el agua, recurso natural, pudiera venderse, y más fuera de la cuenca.

La sed del agua
La tienen las regiones mediterráneas y la tenemos nosotros. Por ley natural es lógico que hayamos de ser los primeros en utilizar esta riqueza. Quien da lo que necesita no es que sea solidario, es que es un irresponsable. Por supuesto que sólo puede trasvasarse lo que sobre y cuando sobre. Pero ¿cuánto sobra ahora? ¿en qué momento sobra? ¿seguirá sobrando cuando vengan los anunciados cambios climáticos? ¿podremos cerrar el grifo cuando llegue el momento de hacerlo? ¿no se verá con recelo nuestro desarrollo ante el temor de que afecte a caudales comprometidos? ¿se saciará esta sed de agua de nuestros vecinos alguna vez? ¿no sucederá que cada vez tendrán más'? ¿habrá que hacer más embalses, más expropiaciones? ¿qué restituciones van a compensar su sacrificio? ¿no hay otras soluciones menos traumáticas?

Se nos quiere hacer ver que no hay otras alternativas ni en políticas de la derecha ni en las de la izquierda. Es sencillamente el momento en que los intereses de los más débiles han de ser sacrificados ante el altar de esa fatalidad. Falta de imaginación, política plana: ¿que más dan unos que otros?

¿Resignación o defensa?
Estas razones nuestras son tan claras que debemos intentar defenderlas. No vamos a tener a muchos políticos de nuestra parte. Quisiéramos creer que los grandes partidos nacionales pudieran tener la suficiente sensibilidad (solidaridad) de dar libertad de voto a sus diputados y de expresión a sus prohombres. ¿Cabría un consenso?.- Ojalá pudiera crearse una verdadera comisión de afectados que con asesoramiento, libertad y calma pudiera ir resolviendo estos problemas. Uno a uno, sin prisas, en la seguridad de que cada demanda razonable podrá ser atendida. La cuestión es compleja. Nos vamos a enfrentar unos con otros: los urbanitas con los regantes, los aragoneses con los valencianos, y los expropiados con los órganos del Estado: todos contra todos.

Difícil consenso. Mientras tanto habrá que movilizarse como ya hicimos en tiempos. Y habrá que tener muy en cuenta los estudios de los ecologistas, que son al parecer los únicos que se atreven a decir la verdad y llevar la contraria a sus paisanos. Y sobre todo habrá que ir a Bruselas porque sólo en el seno de la Comunidad podremos encontrar valedores de suficiente entidad para frenar y encauzar esta riada que se nos ha venido encima.

Santiago Parra de Más, director de Aragón Turístico y Monumental
 
Asociación Río Aragón