L.
Miguel Ortego Capapé
Aragón
es una comunidad cuya riqueza Patrimonio de toda índole estar elevada que podría
convertirse en primer motor de desarrollo. Pese al abandono secular de muchos de
los bienes materiales e inmateriales que lo integran, pese a la errática política
cultural de todos los gobiernos autónomos hasta la fecha, pese a que demasiado
a menudo el valor del Patrimonio pierde siempre frente al presunto bien de un
desarrollismo rancio y amarillento, que corre en dirección contraria a las
modernas recomendaciones, o frente a las más increíbles operaciones de
especulación con planes megalómanos y provincianos al tiempo, pese a todo, en
Aragón sigue habiendo muchísimo Patrimonio por preservar.
Sin
embargo, sigue habiendo por parte de la administración una visión estrecha y
anticuada del Patrimonio, y esta visión se transmite demasiado rápido al resto
de la sociedad mediante los actos. Reduciendo el Patrimonio aragonés a sus
características físicas en el caso del material. o ignorando los valores que
lo inmaterial puede tener.
Con
un cegato positivismo que continúa apostando por el resalte de algunos
monumentos particulares sin plantear la realidad global del Patrimonio. Con una
lentitud de respuesta exasperante (cuando no ausencia total de respuesta), a las
recomendaciones y legislaciones internacionales en materia de Patrimonio, aun a
las de la UE, ese pariente europeo del que sólo nos acordamos para conseguir
financiaciones sospechosas y no cuando nos exige el cumplimiento de unas normas
consensuadas en Bruselas.
Las
más recientes cartas de Patrimonio, restauración o política cultural en el ámbito
internacional (Halland 1999, Cracovia 2000, etc.), hablan del Patrimonio
(siempre material e inmaterial) como elemento vertebrados del territorio, como
motor real de desarrollo, pero sobre todo como factor identificador y
culturizador de la propia sociedad que lo alberga, y más aún, como herencia
prestada por nuestros antepasados, que tenemos obligación de transmitir
consolidada y acrecentada (Ley de Patrimonio Aragonés. Marzo 1999) a nuestros
descendientes. Por tanto las políticas desintegradoras, que no tienen una
eficacia real sobre la naturaleza global y simultánea del Patrimonio, son
producto del pasado.
Un
buen ejemplo de la errática y miope política cultural y patrimonial en nuestra
Comunidad es el estado y las amenazas que se ciernen sobre el Camino de Santiago
(Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Aragón en 1993). En 1962 esta vía
fue declarada, con sus viales (flanqueados por unas anchas áreas de protección),
los monumentos y los pueblos que lo jalonan (y por tanto sus pobladores), con la
máxima categoría de protección mundial en materia de Patrimonio, es decir,
Patrimonio de la Humanidad. Bienes como la Alhambra, la Catedral de Burgos, el
Tah-Mahal o el Cañón del Colorado comparten categoría con nuestros tramos del
Camino Jacobea.
Pero
ante el polémico, injusto y retorcido proyecto de recrecimiento del embalse de
Yesa, no hay protección que salve al Camino. Veintidós (22) kilómetros del
mismo, de los aproximadamente cien (100) que conforman el Camino francés en
Aragón están amenazados de inundación por este proyecto. A ambos lados del
actual embalse los viales, los pueblos, los monumentos, la toponimia y los
hallazgos arqueológicos (por supuesto casuales en la mayoría de los casos, y
no producto de campañas sistemáticas promovidas por la administración),
marcan con claridad meridiana el trazado del Camino. Por el lado norte pasaba
por el mismo Sigüés, donde había un hospital de peregrinos desde el siglo
XIII al menos, al pie de Esco, con espectaculares hallazgos romanos. Y junto al
pueblo de Tiermas y sus baños, usados desde época romana hasta la construcción
del actual embalse sin solución de continuidad. Ahí se le unía, tras pasar
por el espectacular puente de piedra del Aragón (hoy ahogado por el pantano),
el camino de la orilla izquierda. Porque nadie con cordura puede dudar de que el
ramal que discurría por el lado sur del río Aragón a la altura del actual
embalse tuvo tan intenso tránsito de peregrinos como el tramo más asegurado
que se quiera oponer. Los espectaculares hallazgos en la Huerta de Artieda y
Mianos (que aún esperan una verdadera campaña de excavación de la
Administración), la naturaleza misma de los pueblos vigilando el Camino o la
propia existencia en el siglo XII de un pequeño Hospital dependiente de Santa
Cristina en Artieda, dan fe de ello. Pero además, los claros viales marcados
por muros bajos de piedra aparejados a hueso desde hace muchos siglos, y la
presencia a pie del camino de los importantísimos monasterios de San Juan de
Maltray y San Jacobo, ambos en Ruesta, dejan claro cuál era el trazado.
Todo
el Patrimonio que llevaría muchas páginas relatar y sobre el que hace tiempo
que venimos llamamos la atención junto con otros colectivos, se perderá
irremisiblemente si el embalse se recrece. La postura de la administración es
increíblemente retrógrada en cuanto al problema, y lo resuelve proponiendo el
traslado de las ermitas afectadas piedra a piedra (Heraldo de Aragón,
5-VI-1999), operación cuyos costes son tan exageradamente elevados como el número
de sus inconvenientes. Además, en fechas recientes, ante el desplome de un
fragmento de muro y parte de la techumbre de la iglesia de San Juan en Ruesta,
ha tenido lugar una precipitada y zafia intervención (provocada sobre todo por
la ausencia de la conservación preventiva necesaria) que ignora (pese a las
afirmaciones del consejero de Cultura) las más elementales recomendaciones
internacionales en restauración, y para la cual además se ha afectado
gravemente unos sesenta metros del camino, derribando los muros que lo jalonan
con la maquinaria que se llevó hasta la ermita para la obra. Es casi lo de
menos que las máquinas podrían haber entrado a través de unos campos
adyacentes que no se cid ovan. Es lo de menos que la intervención no haya
planteado la consolidación real de los muros existentes y se haya recurrido a
una solución tercermundista. Lo grave es que los máximos dirigentes en Cultura
y Patrimonio del Gobierno aragonés insisten en hablar de posibles reparaciones
como si la ermita fuese la aleta de un coche, afirmando que se reparará aquello
que se haya roto en la intervención, lo cual deja muy clarito cuáles han sido
las precauciones y los criterios para la misma. Y deja muy claro también cuál
es la sensibilidad de la misma administración hacia lo que realmente representa
el Camino, una vía cultural y espiritual que tiene mucho que ver en la
configuración actual de Aragón, y cuyo trazado es el mismo desde hace siglos,
no por azar sino por cuestiones muy razonadas tanto práctica como filosófica y
culturalmente.
Podemos
o no ser religiosos, pero es elemental el respeto hacia entornos que se
sustentan formando un conjunto (árboles, río, peñas, junto al templo hecho
por el hombre) con sentido espiritual para sus creadores y que además aparece
recogido en la Ley de Patrimonio Cultural Aragonés (art. 12, Tít. 1º, Cap. I)
c) Sitio histórico, que es el lugar o paraje natural vinculado a
acontecimientos o recuerdos del pasado, creaciones humanas o de la naturaleza,
que posean valores históricos o de singularidad natural o cultural.
Veintidós
(22) kilómetros del Camino de Santiago, incluidos los pueblos y los pobladores
que lo jalonan (que se contemplan también en la declaración de Patrimonio de
la Humanidad) pueden desaparecer a causa de las obras de un embalse cuyas
justificaciones oficiales no se sostienen, y cuyas demandas reales pueden
satisfacerse (caso de existir) con la quinta parte de lo que se propone
recrecerlo. Un embalse que tiene reconocidos problemas de riesgo sísmico y geológico.
Que tiene graves afecciones al ecosistema y al equilibrio social y territorial
así como al futuro desarrollo de la comarca. Y el Camino de Santiago, con su máxima
categoría mundial de Patrimonio, no parece merecer a la administración más
idea que el chusco traslado de unas ermitas y una intervención acelerada e
irresponsable. No parece merecer más que el interés por hacer una obra muy polémica
y contestada. Pero aunque todos estuviésemos de acuerdo en que es necesario el
recrecimiento. Aunque las necesidades de agua en Zaragoza existiesen y sus
demandas futuras no estuviesen hinchadas. Aunque no existiera un demostrado y
real riesgo geológico y sísmico sobre la presa. Aunque fuese necesaria toda
esa agua para regadíos que nadie ha visto. Y aunque el embalse no fuese el
almacén del trasvase al arco mediterráneo, aun así, habría que plantearse
muy seriamente, con un debate abierto y real, con datos y con especialistas
imparciales, si es realmente asumible la inundación de un bien Patrimonio de la
Humanidad para nuestra Comunidad, y habría que plantear soluciones (si es que
hay otra que no recrecer el embalse) reales y razonadas, sensatas y basadas en
el respeto más estricto a la idea global de Patrimonio. Porque si no es así,
estamos dando pie a la destrucción de los bienes más preciados de nuestra
Comunidad, que por ser Patrimonio de la Humanidad nos pertenecen tanto como a
cualquier noruego o neozelandés, con la justificación de cualquier maquiavélica
obra. Porque los otros bienes que en Aragón disfrutan de esa categoría son el
Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, los abrigos rupestres del Maestrazgo
turolense y el arte Mudéjar de Teruel, ampliado ahora a todo Aragón.
A
nadie nos cabría en la cabeza una obra que propusiese hacer tres campos de golf
en la Faja de Pelay o en el Circo de Soaso (por el interés general del
desarrollo turístico), o el traslado de la catedral de Teruel al Parque Grande
de Zaragoza (porque también los zaragozanos tienen derecho a tener mudéjar de
exquisita calidad al lado de casa). Por tanto es injustificable que la
administración esté ninguneando y despreciando un bien tan preciado como el
Camino de Santiago y permita que exista siquiera la amenaza de la destrucción
total de una quinta parte del mismo sin plantear una seria alternativa que tenga
en cuenta todas las peculiaridades del mismo y sus pueblos jalones. La historia
juzgará muy duramente.
Luis
Miguel Ortego Capapé es miembro de la junta directiva de APUDEPA.
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