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Heraldo de Aragón, miércoles 30 de mayo de 2001
Un patrimonio de la humanidad, amenazado en Aragón

L. Miguel Ortego Capapé

Aragón es una comunidad cuya riqueza Patrimonio de toda índole estar elevada que podría convertirse en primer motor de desarrollo. Pese al abandono secular de muchos de los bienes materiales e inmateriales que lo integran, pese a la errática política cultural de todos los gobiernos autónomos hasta la fecha, pese a que demasiado a menudo el valor del Patrimonio pierde siempre frente al presunto bien de un desarrollismo rancio y amarillento, que corre en dirección contraria a las modernas recomendaciones, o frente a las más increíbles operaciones de especulación con planes megalómanos y provincianos al tiempo, pese a todo, en Aragón sigue habiendo muchísimo Patrimonio por preservar.

Sin embargo, sigue habiendo por parte de la administración una visión estrecha y anticuada del Patrimonio, y esta visión se transmite demasiado rápido al resto de la sociedad mediante los actos. Reduciendo el Patrimonio aragonés a sus características físicas en el caso del material. o ignorando los valores que lo inmaterial puede tener.

Con un cegato positivismo que continúa apostando por el resalte de algunos monumentos particulares sin plantear la realidad global del Patrimonio. Con una lentitud de respuesta exasperante (cuando no ausencia total de respuesta), a las recomendaciones y legislaciones internacionales en materia de Patrimonio, aun a las de la UE, ese pariente europeo del que sólo nos acordamos para conseguir financiaciones sospechosas y no cuando nos exige el cumplimiento de unas normas consensuadas en Bruselas.

Las más recientes cartas de Patrimonio, restauración o política cultural en el ámbito internacional (Halland 1999, Cracovia 2000, etc.), hablan del Patrimonio (siempre material e inmaterial) como elemento vertebrados del territorio, como motor real de desarrollo, pero sobre todo como factor identificador y culturizador de la propia sociedad que lo alberga, y más aún, como herencia prestada por nuestros antepasados, que tenemos obligación de transmitir consolidada y acrecentada (Ley de Patrimonio Aragonés. Marzo 1999) a nuestros descendientes. Por tanto las políticas desintegradoras, que no tienen una eficacia real sobre la naturaleza global y simultánea del Patrimonio, son producto del pasado.

Un buen ejemplo de la errática y miope política cultural y patrimonial en nuestra Comunidad es el estado y las amenazas que se ciernen sobre el Camino de Santiago (Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Aragón en 1993). En 1962 esta vía fue declarada, con sus viales (flanqueados por unas anchas áreas de protección), los monumentos y los pueblos que lo jalonan (y por tanto sus pobladores), con la máxima categoría de protección mundial en materia de Patrimonio, es decir, Patrimonio de la Humanidad. Bienes como la Alhambra, la Catedral de Burgos, el Tah-Mahal o el Cañón del Colorado comparten categoría con nuestros tramos del Camino Jacobea.

Pero ante el polémico, injusto y retorcido proyecto de recrecimiento del embalse de Yesa, no hay protección que salve al Camino. Veintidós (22) kilómetros del mismo, de los aproximadamente cien (100) que conforman el Camino francés en Aragón están amenazados de inundación por este proyecto. A ambos lados del actual embalse los viales, los pueblos, los monumentos, la toponimia y los hallazgos arqueológicos (por supuesto casuales en la mayoría de los casos, y no producto de campañas sistemáticas promovidas por la administración), marcan con claridad meridiana el trazado del Camino. Por el lado norte pasaba por el mismo Sigüés, donde había un hospital de peregrinos desde el siglo XIII al menos, al pie de Esco, con espectaculares hallazgos romanos. Y junto al pueblo de Tiermas y sus baños, usados desde época romana hasta la construcción del actual embalse sin solución de continuidad. Ahí se le unía, tras pasar por el espectacular puente de piedra del Aragón (hoy ahogado por el pantano), el camino de la orilla izquierda. Porque nadie con cordura puede dudar de que el ramal que discurría por el lado sur del río Aragón a la altura del actual embalse tuvo tan intenso tránsito de peregrinos como el tramo más asegurado que se quiera oponer. Los espectaculares hallazgos en la Huerta de Artieda y Mianos (que aún esperan una verdadera campaña de excavación de la Administración), la naturaleza misma de los pueblos vigilando el Camino o la propia existencia en el siglo XII de un pequeño Hospital dependiente de Santa Cristina en Artieda, dan fe de ello. Pero además, los claros viales marcados por muros bajos de piedra aparejados a hueso desde hace muchos siglos, y la presencia a pie del camino de los importantísimos monasterios de San Juan de Maltray y San Jacobo, ambos en Ruesta, dejan claro cuál era el trazado.

Todo el Patrimonio que llevaría muchas páginas relatar y sobre el que hace tiempo que venimos llamamos la atención junto con otros colectivos, se perderá irremisiblemente si el embalse se recrece. La postura de la administración es increíblemente retrógrada en cuanto al problema, y lo resuelve proponiendo el traslado de las ermitas afectadas piedra a piedra (Heraldo de Aragón, 5-VI-1999), operación cuyos costes son tan exageradamente elevados como el número de sus inconvenientes. Además, en fechas recientes, ante el desplome de un fragmento de muro y parte de la techumbre de la iglesia de San Juan en Ruesta, ha tenido lugar una precipitada y zafia intervención (provocada sobre todo por la ausencia de la conservación preventiva necesaria) que ignora (pese a las afirmaciones del consejero de Cultura) las más elementales recomendaciones internacionales en restauración, y para la cual además se ha afectado gravemente unos sesenta metros del camino, derribando los muros que lo jalonan con la maquinaria que se llevó hasta la ermita para la obra. Es casi lo de menos que las máquinas podrían haber entrado a través de unos campos adyacentes que no se cid ovan. Es lo de menos que la intervención no haya planteado la consolidación real de los muros existentes y se haya recurrido a una solución tercermundista. Lo grave es que los máximos dirigentes en Cultura y Patrimonio del Gobierno aragonés insisten en hablar de posibles reparaciones como si la ermita fuese la aleta de un coche, afirmando que se reparará aquello que se haya roto en la intervención, lo cual deja muy clarito cuáles han sido las precauciones y los criterios para la misma. Y deja muy claro también cuál es la sensibilidad de la misma administración hacia lo que realmente representa el Camino, una vía cultural y espiritual que tiene mucho que ver en la configuración actual de Aragón, y cuyo trazado es el mismo desde hace siglos, no por azar sino por cuestiones muy razonadas tanto práctica como filosófica y culturalmente.

Podemos o no ser religiosos, pero es elemental el respeto hacia entornos que se sustentan formando un conjunto (árboles, río, peñas, junto al templo hecho por el hombre) con sentido espiritual para sus creadores y que además aparece recogido en la Ley de Patrimonio Cultural Aragonés (art. 12, Tít. 1º, Cap. I) c) Sitio histórico, que es el lugar o paraje natural vinculado a acontecimientos o recuerdos del pasado, creaciones humanas o de la naturaleza, que posean valores históricos o de singularidad natural o cultural.

Veintidós (22) kilómetros del Camino de Santiago, incluidos los pueblos y los pobladores que lo jalonan (que se contemplan también en la declaración de Patrimonio de la Humanidad) pueden desaparecer a causa de las obras de un embalse cuyas justificaciones oficiales no se sostienen, y cuyas demandas reales pueden satisfacerse (caso de existir) con la quinta parte de lo que se propone recrecerlo. Un embalse que tiene reconocidos problemas de riesgo sísmico y geológico. Que tiene graves afecciones al ecosistema y al equilibrio social y territorial así como al futuro desarrollo de la comarca. Y el Camino de Santiago, con su máxima categoría mundial de Patrimonio, no parece merecer a la administración más idea que el chusco traslado de unas ermitas y una intervención acelerada e irresponsable. No parece merecer más que el interés por hacer una obra muy polémica y contestada. Pero aunque todos estuviésemos de acuerdo en que es necesario el recrecimiento. Aunque las necesidades de agua en Zaragoza existiesen y sus demandas futuras no estuviesen hinchadas. Aunque no existiera un demostrado y real riesgo geológico y sísmico sobre la presa. Aunque fuese necesaria toda esa agua para regadíos que nadie ha visto. Y aunque el embalse no fuese el almacén del trasvase al arco mediterráneo, aun así, habría que plantearse muy seriamente, con un debate abierto y real, con datos y con especialistas imparciales, si es realmente asumible la inundación de un bien Patrimonio de la Humanidad para nuestra Comunidad, y habría que plantear soluciones (si es que hay otra que no recrecer el embalse) reales y razonadas, sensatas y basadas en el respeto más estricto a la idea global de Patrimonio. Porque si no es así, estamos dando pie a la destrucción de los bienes más preciados de nuestra Comunidad, que por ser Patrimonio de la Humanidad nos pertenecen tanto como a cualquier noruego o neozelandés, con la justificación de cualquier maquiavélica obra. Porque los otros bienes que en Aragón disfrutan de esa categoría son el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, los abrigos rupestres del Maestrazgo turolense y el arte Mudéjar de Teruel, ampliado ahora a todo Aragón.

A nadie nos cabría en la cabeza una obra que propusiese hacer tres campos de golf en la Faja de Pelay o en el Circo de Soaso (por el interés general del desarrollo turístico), o el traslado de la catedral de Teruel al Parque Grande de Zaragoza (porque también los zaragozanos tienen derecho a tener mudéjar de exquisita calidad al lado de casa). Por tanto es injustificable que la administración esté ninguneando y despreciando un bien tan preciado como el Camino de Santiago y permita que exista siquiera la amenaza de la destrucción total de una quinta parte del mismo sin plantear una seria alternativa que tenga en cuenta todas las peculiaridades del mismo y sus pueblos jalones. La historia juzgará muy duramente.

Luis Miguel Ortego Capapé es miembro de la junta directiva de APUDEPA.

Asociación Río Aragón-COAGRET