POLÍTICA
HIDRÁULICA: HACIA LA IMPARABLE NUEVA CULTURA DEL AGUA
José Manuel Nicolau
Profesor de Ecología de la
Universidad
de Alcalá
Emergencia de la Nueva Cultura
del Agua sobre el Estructuralismo Hidráulico
El fenómeno más trascendente
ocurrido en estos siete años ha tenido lugar en el terreno de las
ideas más que en el de los hechos. La visión de la política
hidráulica denominada como Nueva Cultura del Agua está sustituyendo
en los manuales, en la nueva Directiva Europea del Agua, en las universidades,
en la opinión pública y en importantes sentencias judiciales
(Audiencia Nacional, Itoiz) al tradicional y decimonónico enfoque
estructuralista, basado en el incremento incesante de la oferta (pantanos
y trasvases), la adjudicación discrecional de concesiones y la subvención
pública del agua.
La Nueva Cultura del Agua propugna
una explotación ecológicamente sostenible del recurso, lo
que implica la conservación de su calidad tras ser utilizada, así
como la de los ecosistemas, sociedades y territorios en que se genera y
se consume. Asimismo aboga por la introducción de la racionalidad
económica del mercado en su gestión (tarifas con costes reales,
estudios coste-beneficio de las obras, etc), por la implementación
de las nuevas tecnologías, especialmente para mejorar la eficiencia
y el ahorro en su uso, y por cambios jurídicos en el funcionamiento
del régimen concesional y en la democratización de los órganos
de gestión.
La Nueva Cultura del Agua está
emergiendo con una fuerza imparable, y es cuestión de pocos años
¿diez, quince? su aplicación de forma generalizada en nuestro
país. Sin embargo, en el actual período de tránsito,
el estructuralismo está quemando sus últimas fuerzas, mediante
una política desesperada de imposición de una serie de grandes
embalses y trasvases, que afectan principalmente a la comunidad aragonesa.
¿Cómo han evolucionado
las tres fuerzas en juego?
El juego de fuerzas que intervienen
en Aragón es muy simple. El objetivo es el agua del Pirineo (aunque
el discurso político-mediático hable "del agua del Ebro"),
en cuyos ecosistemas y territorios se genera la mayor parte del recurso.
Y dos grupos de interés que ambicionan el agua pirenaica se enfrentan
a los montañeses y, en cierto modo, entre sí. Se trata de
los "regantes aragoneses" por un lado, y de los "regantes levantinos",
por otro. Estos piden (y ya han conseguido) el trasvase para llevar a cabo
sus rentables proyectos agrícolas, turísticos e industriales.
Los "aragoneses" fundamentan la defensa de sus intereses sobre el agua
pirenaica en la utilización interesada del sentimiento regionalista
aragonés, tratando de hacer creer que el trasvase es "el problema
de Aragón", cuando el asunto es la disputa entre ellos y los levantinos
por el agua del Pirineo, el verdadero perjudicado. Para ello tratan de
movilizar a "todo" el pueblo aragonés en torno a la "defensa" de
la región, utilizando un victimismo falso y deleznable.
No obstante, ya existe un acuerdo
político (PP, PSOE) para conciliar en la medida de lo posible los
intereses de ambos grupos que se concretará en la próxima
aprobación del Plan Hidrológico Nacional. Este arreglo entre
levantinos y "aragoneses" se fundamenta en el Pacto del Agua, que incluye
los embalses necesarios para trasvasar el agua al Levante, pero otorga
cuantiosas concesiones de agua a los regantes aragoneses, los cuales podrán
utilizarla en sus obsoletos regadíos mientras duren las subvenciones
europeas y, tras la reciente reforma de la Ley de Aguas, podrán
también revenderla a los levantinos, convirtiéndose así
en aguatenientes. El Pacto del Agua, inteligente iniciativa de Antonio
Aragón, encarcelado posteriormente por corrupción, se ha
convertido en estos años en el único referente para la clase
política aragonesa, a excepción de la Chunta e Izquierda
Unida.
Diálogo para el trasvase,
enfrentamiento montaña-llano
En estos siete años, las
relaciones entre los regantes aragoneses y los montañeses se han
deteriorado notablemente, en tanto que los puentes abiertos a nivel político
entre instituciones del estado, aragonesas y levantinas van a fructificar
en el próximo Plan Hidrológico, con el reparto de la tarta
del agua pirenaica para los regantes de ambas comunidades, aunque buena
tajada obtendrán también hidroeléctricos, constructores
y compañías de abastecimiento a las ciudades.
El conflicto montaña-llano
se fundamenta en el enorme coste socioeconómico y ambiental y sufrimiento
humano que para el Pirineo ha tenido la política hidráulica
estructuralista, favorecedora del regadío y del sector hidroeléctrico.
Y se ha ido alimentando por la falta de voluntad para reconocer la existencia
de esa deuda histórica con el Pirineo, el impedimento de participación
democrática de los territorios pirenaicos en los órganos
de gestión del agua y la reducción del problema a una cuestión
de mayorías frente a minorías, planteamiento profundamente
antidemocrático.
El episodio más prepotente
en esta relación asimétrica fue protagonizado por la Comunidad
de Riegos del Alto Aragón, cuando trató de impedir la instalación
de la piscifactoría en El Grado. El talante de la Comunidad del
Canal de Aragón y Cataluña ha sido otro, más abierto
y respetuoso, realizándose visitas a la zona regada para observar
los esfuerzos en modernización de los regadíos y al valle
del Ésera para consensuar el emplazamiento de la presa. No obstante,
tras el posterior cambio de emplazamiento por parte de la Confederación
Hidrográfica del Ebro (CHE) y la detección del grave
riesgo sísmico en Santaliestra, la Comunidad ha mantenido una posición
no dialogante.
El Sr. Lanzuela, bien por torpeza
o con intencionalidad, avivó el conflicto entre ambas comunidades
en un ejercicio de temeridad política, que esta región no
merecía. Por su parte, el Sr. Iglesias prometió diálogo
en su discurso de investidura, para posteriormente encastillarse en el
trasvasista Pacto del Agua y no abrir ningún cauce de comunicación
con los montañeses.
Comentario especial merece el trato
dado por la administración del estado (CHE) y autonómica
a los vecinos de Los Fayos, afectados por la presa de El Val. Este proyecto
anunciado como ejemplo de las nuevas formas de la administración
tras el Pacto del Agua, se ha convertido en ejemplo de incumplimiento de
acuerdos por parte de la administración, intentos de división
de los vecinos y autoritarismo. El uso de la fuerza, de la represión
física, se ha seguido llevando a cabo, incluso de forma extralimitada
para las cortes de Aragón, en los casos de Santaliestra y del Matarraña.
Han fracasado pues, las instituciones en la democratización y humanización
de las relaciones con la minoría pirenaica, lo que constituye una
de las principales asignaturas pendientes de Aragón como comunidad
dotada de estatuto de autonomía propio.
La Dignidad de la Montaña
El principal cambio social que ha
surgido en estos siete años ha sido, sin duda, la gestación
de un movimiento ciudadano en
el Pirineo, que bajo el lema "Por la Dignidad de la Montaña" ha
movilizado a las diferentes clases sociales y colores políticos
en la defensa del territorio y de la identidad pirenaica.
Tras episodios aislados de resistencia
heroica al inicio de la democracia (Campo, Berdún, Jánovas),
se pasó a una resistencia más integrada y organizada en los
80 en torno a la Coordinadora Aragonesa de Pueblos Afectados por Embalses
(COAPE), que ha desembocado en los 90 en dos asociaciones que marcan ahora
el camino que llevará la política hidráulica en el
medio plazo: la Asociación de Entidades Locales del Pirineo Aragonés
(ADELPA) y la Coordinadora de Afectados por Grandes Embalses y Trasvases
(COAGRET). La primera aglutina
la fuerza institucional desarrollando iniciativas muy constructivas, y
la segunda supone un hermoso ejemplo de colaboración fecunda entre
los movimientos ciudadanos y el mundo científico y técnico.
Las Jornadas por "La Dignidad de
la Montaña" celebradas en Boltaña
en la primavera de 1998 y la manifestación contra el recrecimiento
de Yesa en Jaca en enero marcaron
un punto de inflexión en cuanto a la actitud de los montañeses
frente a la amenaza de más embalses. Como todo movimiento social
consistente está dotado de una simbología propia, representada
por las canciones del grupo musical "La
Ronda de Boltaña". La canalización por parte de la clase
política local y regional de esta ilusión y voluntad de desarrollo
socio-económico sostenible, es ahora el reto y la Ley del Pirineo,
la normativa en que se deben de concretar a corto plazo.
Las arbitrariedades ambientales
Ha sido en el terreno ambiental
donde en la práctica se ha concretado el conflicto entre los estructuralistas
y los montañeses. Desde 1985 cualquier proyecto de gran embalse
necesita para su aprobación de una Declaración de Impacto
Ambiental favorable por parte de la administración ambiental. Y
ésta emite la Declaración a partir del estudio técnico
y de las aportaciones de los ciudadanos, ayuntamientos, etc., lo que la
convierte en foro de participación pública de primer orden.
La contribución de los ayuntamientos y, especialmente de la Universidad
de Zaragoza, a los procedimientos de Evaluación de Impacto Ambiental
de los cuatro grandes embalses y la elevación del Matarraña,
se puede considerar notabilísima y sin parangón en otros
sectores. Relevantes estudios hidrológicos, geológicos, ecológicos,
económicos, jurídicos, ausentes en los Estudios de Impacto,
han sido aportados a los expedientes de cada proyecto. En los cuatro proyectos
se han planteado objeciones que aconsejaban su retirada o replanteamiento
y proponían alternativas más eficientes, seguras y sostenibles.
Pese a que las objeciones y alternativas, científicamente fundadas,
no han sido rebatidas, el Ministerio de Medio
Ambiente ha dado el visto bueno ambiental a tres de ellos, excepto
a Jánovas, sobre el que aún no se ha pronunciado.
Las Declaraciones de Impacto Ambiental
del
recrecimiento de Yesa, de Biscarrués
y de Santaliestra
no fueron firmadas por los técnicos, quienes rehusaron por no estar
conformes, y presentan la rúbrica de los altos cargos políticos
del Ministerio. Con posterioridad a la aprobación de la Declaración
de Impacto Ambiental de Santaliestra, el Ministerio se encuentra efectuando
estudios sobre el riesgo sísmico de la presa. Obviamente, imperó
el criterio político sobre el técnico en las evaluaciones
de impacto ambiental.
No ha sido ése el talante
de la Unión Europea que tomó la decisión de no finananciar
la traída de aguas desde Yesa a Zaragoza, por detectar inviabilidades
técnicas y ambientales.
La CHE: el caballo de Troya
La política hidráulica
llevada a cabo en Aragón en los últimos años ha obedecido
a criterios establecidos en Madrid, cuyo objetivo ha sido "convencer" a
los poderes fácticos aragoneses de la necesidad del trasvase al
Levante. Para vencer la "irracional" tozudez respecto al agua y la actitud
de perro del hortelano aragonesas; la moneda de cambio han sido las grandes
obras del Pacto del Agua y la reventa de las concesiones. Sin duda, la
pieza maestra de esa estrategia ha sido el trasvasista Pacto del Agua,
defendido compulsivamente por las principales fuerzas políticas.
Ni las cortes ni el gobierno regional han aportado nada en la construcción
de un modelo hidrológico propio, adecuado a las necesidades reales
de nuestra autonomía, que no pasan por las grandes obras (como la
Unión Europea ha avisado con Yesa), ni por la Ley de Riegos de ¡¡1915!!
(recorte europeo en Monegros para las ZEPAS) y menos aún, por el
enfrentamiento entre montañeses y regantes. Más bien pasan
por la modernización del regadío, por la construcción
de las obras menores del Pacto del Agua (las más útiles para
la escala regional), el aprovechamiento de los valores escénicos
de los ríos y el pago de la deuda histórica del estado para
con el territorio pirenaico. Trabajar a pequeña escala, en definitiva.
Sin embargo, las instituciones autonómicas
no han sido capaces de centrar la cuestión en los intereses reales
de la región, abandonándose al planteamiento formulado por
los grandes intereses estatales (o resultando arrollados por ellos), que
no era otro que el trasvase de 1000 Hm3
al Levante.
Como consecuencia de esta disfunción,
en la práctica, la política hidráulica que la CHE
viene realizando no ha satisfecho las necesidades reales de la región,
más bien al contrario ha tenido efectos ambientales, sociales y
económicos negativos. Así, el embalse de El Val, prácticamente
terminado desde hace dos años aún no ha entrado en funcionamiento
y lo que es peor: nadie en Aragón lo demanda. Eso sí, ha
generado un fuerte conflicto social y ha destruído un valioso enclave
natural en el entorno del Parque del Moncayo. El embalse de Montearagón
sigue en su via crucis particular. La elevación de aguas del Matarraña
ha resultado inútil, pero ha hecho mucho daño. San Salvador,
utilísimo para el Canal de Aragón y Cataluña sigue
parado. Las canalizaciones de los ríos siguen destruyendo el patrimonio
natural de la región. La UE les enmienda la plana en Monegros y
en el abastecimiento a Zaragoza desde Yesa. En Santaliestra se ponen a
hacer estudios geológicos básicos después de aprobar
el proyecto. Las negligencias de Biescas se esconden debajo de la alfombra.
¿Por qué las instituciones
aragonesas permiten que la CHE nos trate así? ¿Es que no
se dan cuenta de que tenemos el caballo de Troya dentro, que ha ganado
la batalla del trasvase y no ha permitido que organicemos nuestra propia
política hidráulica?