El
tiempo es un continuo, pero el calendario es un
cansino rotar. Otra vez nos ha traído el 22 de
marzo, fecha elegida por UNESCO para celebrar el
Día Mundial del Agua. En realidad no hay nada
que celebrar. Al contemplar el vasto panorama de
destrucción que hemos sembrado en todos los ríos
y en todas las aguas, y ver el propósito de la
enmienda anunciado (el PHN), entiende uno que en
verdad no hay nada que celebrar. Las políticas
ahora aprobadas, para hacer frente a tanta
destrucción sembrada, están emponzoñadas de
doblez; son políticas de la imposición,
representan un nuevo asalto (un saqueo) al
patrimonio público, trufado de un falso
discurso de respeto casi sagrado a lo
medioambiental, de caudales ecológicos, de
solidaridad, de interés general y de vertebración
del Estado.
Los
118 grandes embalses cuya ejecución contempla
ahora el PHN son una vuelta más en la espiral
de la destrucción, del “todo vale” , en nombre del pretendido progreso económico general.
Aquí no queda ya santo que desvestir. Los
escasos tramos de río que aún tienen cierta
capacidad de emocionarnos, apenas son testimonio
(humo) de lo que fueron nuestros ríos. No se
trata de volver al mundo salvaje, sino de crecer
con sabiduría. Somos el país del mundo con
mayor número de grandes embalses por millón de
habitantes. Ahora nuestro problema no es hacer más
presas ni ofrecer más agua, sino controlar la
situación.
Por
eso, a estas alturas esperábamos otra cosa del
PHN y del PACTO DEL AGUA, algo así como un
esfuerzo urgente e ineludible por preservar lo
poco que nos queda. Un esfuerzo por rescatar del
olvido la sabiduría antigua de hombres y
mujeres, de viejas culturas ligadas al agua y a
los ríos, de tramos y cabeceras hermosos. Un
esfuerzo por rescatar sentimientos y
simbolismos, valores y formas de bienestar público,
una vuelta al mensaje de la naturaleza. Hay
espacios de ríos en Aragón que ya tienen un
destino social: ser ríos. Esperábamos un
esfuerzo por conservar y devolver, allá donde
sea posible, el aliento natural de los ríos,
cuando sus caudales fluían al ritmo de las
estaciones, de las lluvia, de los estiajes y de
la vida. Algo que legar a nuestros hijos en el
campo de las emociones.
El
simbolismo del agua fluyente ha desaparecido del
sentimiento colectivo. Los ríos hoy sólo
despiertan la emoción del dinero. Ha habido un
vuelco mental de los valores. Los mayores
tenemos ahora que contar a los niños cómo eran
los ríos, y lo que han representado en la
estructuración de nuestros sentimientos, en
nuestra percepción
de la vida y de la existencia. A nuestros jóvenes
les es ya difícil entender la repentina
conversión que experimentó Shidartha -el
personaje de la inmortal obra de Herman Hess-,
tras años de búsqueda espiritual, al
contemplar algo tan profundamente hermoso y tan
metafísico, como el simple fluir de un río.
Cada
río es único; encierra una historia de
destinos, culturas y hombres. Cada país, cada
cuenca, es una realidad diferente. En Aragón
-en medio de una colosal esquizofrenia
colectiva-, los ríos son entendidos y sentidos
por todos (excepción manifiesta del PP) como
parte consustancial del territorio. Aquí vemos
el conflicto del agua desde el lado del desposeído.
Por eso es fácil movilizar a cientos de miles
de personas contra el trasvase. Pero hay quienes
-con los mismos argumentos de las gentes del
Levante y del Sureste-, entienden que los ríos
aragoneses, incluido el Ebro, son para ser
aprovechados en beneficio de nuestro futuro, y a
ese futuro le llaman regar más y más, y
generar más electricidad.
Quienes
así piensan -aragoneses o murcianos-, que los ríos
están para ser aprovechados “hasta su última
gota”, ignoran que detrás de las operaciones
de aprovechamiento hay afectados y afecciones.
Que en los ríos hay una parte de mercancía y
una parte de valor. Que detrás de cada gran
embalse hay gentes desposeídas, hay dolor, hay
enajenación y hay violación del territorio.
Hay destierro, autoritarismos y abusos. Hay
historias de dolor, hay suicidios e impotencias,
hay quiebras morales (personales y colectivas)
insuperables. Hay destrucción de patrimonios y
de valores colectivos, ya escasos. Hay
patrimonios de bienestar en juego. Hay señas de
identidad,… Y hay también grandes sumas de
dineros públicos, que podrían dar servicio a
otras prestaciones sociales, sin duda más
perentorias y más justas. Al mismo tiempo, no
hay en Aragón ni en España problema o
necesidad objetiva de nadie que no tenga solución
sin recurrir a nuevas destrucciones. Pero la
apetencia por el agua es ilimitada
Lo
poco que queda de nuestros ríos es ya seña de
identidad del alma aragonesa, es fuente de
emociones profundas, orgullo ancestral de
pueblo; es alma y sentimiento colectivos. Por
eso, en la realidad de la España y del Aragón
del 2002, hay gentes que entienden que las aguas
del río Aragón, del Ara, del Gállego y del Ésera,
a represar en Yesa, Jánovas, Biscarrués,
Santaliestra,… donde mejor están es
precisamente donde están, siendo ríos,
generando bellezas, identidades, emociones,
orgullo aragonés, y ¡nuevas economías de
futuro!, muy sustanciosas, muy sociales, muy
baratas, muy sostenibles y muy respetuosas,
basadas precisamente en la preservación de esos
tramos de ríos en libertad. Lo dijo públicamente
hace apenas dos años Loyola de Palacio, cuando
vino a nuestro Pirineo a ver el lado humano, estético,
lúdico, y patrimonial del agua.
Me
alarma y me desespera el panorama de destrucción
generalizada e innecesaria que estamos
auspiciando en Aragón en nombre del
“progreso”. ¿Progreso de quién? Me indigna
el chalaneo político que estamos presenciando
en torno al agua. Me indigna el autoritarismo
hidrológico que padecemos. Me asusta el
escenario de “tierra quemada” que estamos
dejando en nuestra tierra, Aragón, día a día
desposeída de sus elementos más carismáticos
y ancestrales de identidad. Los ríos pirenaicos
siempre han sido parte singular del alma
aragonesa. Estamos traficando con valores.
Estamos violando derechos elementales de las
minorías afectadas. No todo vale, y menos en
estado democrático.
Para reflexionar sobre todo esto se
“celebra” hoy en cada lugar del planeta el Día
Mundial del Agua.
Fco.
Javier Martínez Gil
es Catedrático
de Hidrogeología de la Universidad de Zaragoza
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