OPINIÓN

Heraldo de Aragón, lunes 30 de octubre de 2000

La zorra en el gallinero

José Ramón Marcuello

Si es cierto que el pasado 8 de octubre uno de cada tres aragoneses ocupó el corazón de Zaragoza para manifestar su oposición al proyectado trasvase del Ebro al Arco Mediterráneo, no parece menos cierto que diceseis días después, uno de cada cuatro habitantes del Pirineo aragonés -en el que viven actualmente unas 46.000 personas, entre la Jacetania y la Ribagorza, pasando por el Alto Gállego-Serrablo y Sobrarbe- dejó bien clara su postura respecto a la amenzaza que para los altos valles suponen obras como Yesa, Jánovas, Santaliestra o Biscarrués.

Anunciado estaba que, tras la euforia del 8-0, vendría la resaca de las contradicciones que subyacen en la postura «oficial», no sólo del Gobierno aragonés sino también de sindicatos agrarios como la UAGA, la cúpula empresarial o la práctica totalidad de los partidos con presencia en Aragón, a excepción, claro está, del PP y la previsible de CHA.

Y de toda esa larga nómina de contradicciones, la primera y de mayor envergadura es la que supone oponerse radicalmente al trasvase del Ebro al tiempo que se clama por el cumplimiento previo e íntegro del Pacto del Agua, suscrito por todas las fuerzas políticas del arco parlamentario de entonces, el 30 de junio de 1992.

El Pacto del Agua, por encima de su demostrado carácter de «carta a los Reyes Magos», llevaba en sus entrañas -y algunos así lo dijimos ya entonces- el embrión de un mostruo de, al menos, dos peligrosas cabezas. Una, la de servir en bandeja de plata la Hidra que tanto cortejan y pretenden aquellos (20 millones de votantes, más o menos) que juran pasar sed a los orilla del Mare Nostrum, desde el cabo de Creus a las Columnas de Hércules. Y, otra, la de intentar reproducir casi textualmente en una sociedad democrática los dictados y filosofía de una política hidráulica antidemocrática.

Avisados estaban, en consecuencia, de caer en su propia trampa todos aquellos que, desde hace meses, vienen postulando eso de «Trasvase, no. Pacto del Agua, sí». Y la cancela de la trampa, desafortunadamente, ya ha caído. Los postuladores de tal incongruencia han tenido dos largas semanas para reaccionar o, al menos, para reflexionar, pero, lejos de incidir en la necesidad de una moratoria en los objetivos del Plan Hidrológico Nacional (PHN) y un urgente replanteamiento del Pacto del Agua, han preferido adentrarse aún más en el callejón del «sostenella y no enmendalla». Y por allí no hay salida.

Así las cosas, el Gobierno aragonés se ha visto atrapado, como en un bocadillo, entre las dos rebanadas de un mismo pan: el del desarrollo insostenible. Se pretextan (bien que legítimamente) argumentos de reequlibrio territorial y económico para oponerse al trasvase del Ebro a la rica y superpoblada periferia mediterránea, al tiempo que se pone como condición «sine qua non» para empezar a hablar que se hagan obras que, como las que afectan al Pirineo en el catálogo del Pacto del Agua, son claramente desequilibradoras, depredadoras y tan moralmente insostenibles, cuando menos, como el propio trasvase del Ebro.

Con escaso margen de error de interpretación, lo que querían decirnos los más de 10.000 montañeses que se manifestaron el pasado 25 de octubre, es que en el Pirineo ya no caben más destrozos, más agravios y más abandono. Lo que, sin duda, querían decirnos al resto de los aragoneses es que los escasos supervivientes de la zona (3 habitantes por kilómetro cuadrado en Sobrarbe, menos de 5 en Ribagorza y menos de 9 en Jacetania y Alto Gállego) es que, arruinada la ganadería, la silvicultura o la industria serrablesa, lo único que les queda para sobrevivir es el paisaje.

Un paisaje severamente maltratado, por acción y por omisión (que de las dos cosas hay a espuertas), pero al que ya no le caben ni un sólo hectómetro cúbico más de los 1.500 que ya soportan con Yesa (el actual), Búbal y Lanuza, Mediano y El Grado, Barasona o, más al sur, La Peña, Ardisa y Sotonera. ¿Se ha parado alguien a pensar que el Pirineo es la zona de España que más agua almacena por kilómetro cuadrado? ¿Ha caído alguien en la cuenta que cada uno de los 46.000 supervivientes de la zona aguanta ya bajo sus pies una cuota personal de 32.000 metros cúbicos de agua (es decir, 32 millones de litros)? Piénselo, por ejemplo, un zaragozano cualquiera, que viene a consumir unos 73.000 litros de agua al año.

Sin otro recurso que el paisaje, al «homo pirenaicus», especie tan en peligro de extinción como el quebrantahuesos, no se le pueden pedir más sacrificios. Se trata, además, de un recurso «estacional», notablemente colonizado, con una fuerte y corta demanda en invierno y en verano pero con largos espacios muertos en los que resulta harto difícil la supervivencia. Es, lisa y llanamente, lo que algunos sociólogos denominan «desarrollo-espejismo».

Pero, por encima de todo ello, hay una cuestión que los inquilinos del Pignatelli no pueden ignorar a estas alturas: los 1.050 hectómetros cúbicos del trasvase del Ebro sólo pueden salir del Pirineo. No hay más posibilidades. Hora es, pues, de que sepan que, de no reaccionar a tiempo, la zorra está a punto de colárseles en el gallinero.
 
Asociación Río Aragón