Lunes, 11 septiembre 2000
Solidaridad hídrica
FRANCISCO DÍAZ PINEDA
El agua es un bien escaso que cuidamos mal. La cultura agraria andalusí, tan arraigada en Valencia, Murcia o Andalucía oriental, no parece hoy capaz de hacer frente a las necesidades hídricas que quiere generar la nueva agricultura. Las prácticas de riego modernas están adquiriendo en consecuencia un protagonismo creciente. Si preguntamos a un agricultor cuánta agua necesita responderá probablemente que la que quepa en una alberca grande, enorme, que querría tener llena y le asegurara, por ejemplo, que cada hectárea de sus tierras contara con 20.000 metros cúbicos al año. Esta cantidad, bien mirada, constituye un disparate para cualquier región española, pero llega a gastarse en muchos sitios. En España todavía se hace buena parte del riego a manta y en algunos lugares donde se emplea la aspersión se gasta tanta agua como con esa técnica.
La pregunta que habría que hacer es otra: ¿qué pretende cultivar y con qué técnica de riego va a hacerlo? Esta vez contestará posiblemente que el producto que alcanzase el mejor precio en el mercado, o recibiera la mayor subvención, y con la técnica que le exigiera la menor inversión.
La naturaleza -los sistemas naturales y parte de los creados por el mundo rural desde hace milenios- también tiene sus necesidades hídricas. Hay que contar con ellas cuando se usa el agua. De hecho, básicamente depende de ello la economía agraria. De manera que la naturaleza también podría ser preguntada a cerca de esas necesidades. Es buena comunicadora; en su nombre los científicos contestarían que depende del lugar de que se trate. En el desierto de Tabernas, en Almería, la naturaleza funciona perfectamente con cien litros por metro cuadrado al año. En el pirenaico valle de Ansó lo hace igual de bien, pero de distinta forma, con más de mil litros. El río Aragón, al que vierte este valle, tiene un caudal considerable que va a parar al Ebro y éste, a su vez, vierte al Mediterráneo con un caudal inmenso. Al valle de Ansó le sobra agua que termina perdiéndose al mar. En esta idea se basa un trasvase.
También las ramblas almerienses escurren -con caudales intermitentes, casi insignificantes- y pierden ese agua, de manera que a aquel desierto le sobra agua. Mucha menos que a Ansó, pero también le sobra. Incluso ahora, a primeros de Septiembre. Da más lástima que pierda agua este desierto, tan seco y tan improductivo, que lo haga el río Aragón, que drena cuencas con suelos mucho más húmedos.
Se define como solidaridad ecológica al conjunto de trasvases mediante los cuales la naturaleza consigue que los caudales de los ríos de todos los valles de la Tierra alcancen el mismo valor. Esa solidaridad no existe. Acabo de inventarla. Pero los sociólogos, los intelectuales y, sobre todo, los políticos hablan constantemente de solidaridad humana. En España se oye aplicada también al uso del agua. El Presidente del Gobierno alude a ella, como hacía su antecesor, para promover el trasvase artificial de agua desde unas regiones a otras: "El Gobierno debe satisfacer todas las necesidades hídricas de las regiones deficitarias, lo que no es incompatible con las de las excedentarias".
Esto podría estar bien. Admitamos -que no es poco- que podemos medir las necesidades que dice el Presidente ¿Por qué, entonces, la gran polémica del agua? ¿por qué un plan hidrológico nacional no se resuelve con la misma fluidez que, digamos, la construcción de un hospital? ¿qué critican los ecologistas? La razón última parece estar en el costo descomunal -económico, ambiental- que lleva consigo lo que el Gobierno entiende por un plan así y la certeza de que los beneficios no lo compensan.
En estos días el problema parece reducirse a unas pocas cuestiones. Desde el punto de vista social ¿a qué solidaridad se refieren los Presidentes? ¿quiénes sufragan y quiénes se benefician con un plan hidrológico nacional basado en los trasvases que preconiza la frase citada? Se oye hablar menos del problema desde una perspectiva ambiental, pero añadamos: ¿cuáles son las necesidades hídricas de la naturaleza?
La solidaridad podría consistir en perseguir el mismo beneficio neto por hectárea para todo agricultor a título principal en cualquier lugar de España. Pero la solidaridad no debe ser eso, porque se refieren a ella un Presidente socialista y otro conservador. Ocurre que un litro de agua no da los mismos beneficios agrícolas una vez puesto en Murcia que en Huesca, así que la sociedad debiera conocer de qué solidaridad se trata, porque, aparte de ecologistas, determinados agricultores, algunos técnicos y científicos, la sociedad está, como casi siempre, mal informada; in albis. Si se aclarase este punto estaríamos en condiciones de contestar la segunda cuestión: cuánto pagaremos todos, quienes montan su negocio con esa paga, cuánto gana cada uno de ellos, qué ganamos todos. Siempre dentro de un marco de solidaridad. Añadamos: ¿qué se quiere cultivar en las regiones más áridas, qué cantidad y con qué técnicas? ¿ resulta más rentable, conducir el agua por tubos o por canales? ¿qué negocio hace el cedente, el transportista y el receptor? ¿quién comprará el producto (agrícola)? ¿a qué precio? ¿se exportará? ¿cuál será el beneficio neto del país?
En cuanto a las necesidades de la naturaleza, el agua no sólo escurre en las laderas y viaja por los cauces. Es esencial que también impregne el terreno, circule por él con tanta mayor lentitud cuanto más lúcida sea la gestión del suelo, la vegetación, la fauna, los ecosistemas. Debe infiltrarse, percolar y alimentar acuíferos de distintos tipos, aflorar en humedales y ríos. Conectar el sistema complejo -el ecosistema- que da cohesión a todo el territorio ¿Cómo se contempla esto en un plan hidrológico nacional? Los bosques, la vegetación natural, los usos adecuados del terreno proporcionan excelentes embalses que la Administración hídrica olvida en la historia reciente, declaraciones políticas en jerga ambiental aparte. No estaría bien que siguiera ocurriendo esto ahora que compete a un Ministerio de Medio Ambiente.
¿De verdad se necesitan los setenta nuevos embalses que parece prever el plan? ¿se trata de represar los setenta rincones naturales que todavía quedan? ¿Será preciso excavar tal vez un nuevo valle y luego represarlo? España no es un país sin suficientes canales y embalses. Es un país sin suficientes planificadores del territorio. La gestión del agua debiera ser la gestión de las tramas de relaciones territoriales en las que ésta interviene. No el gasto anual de cemento, aunque también haga falta.
Se reúne en estos días el Consejo Nacional del Agua. Se gastan ríos de tinta e importantes presupuestos y el panorama sigue obscuro para la gran mayoría de la gente. Seamos prácticos, y transparentes como el agua. Póngase en marcha un plan hidrológico racional: económico, ambiental, social. Dése a conocer ese plan mucho antes de ponerlo en práctica. Puede tener deficiencias graves. El no nato plan anterior las tenía. El trasvase pudiera ser un actor con un papel determinado, pero no el protagonista que unos temen y otros desean. Póngase en marcha ese plan y a otra cosa.

Francisco Díaz Pineda es Catedrático de Ecología de la Universidad Complutense y Presidente de WWF España/ADENA.