OPINIÓN

En el día mundial del agua: grandezas y miserias

Fco. Javier Martínez Gil

Catedrático de Hidrogeología
 

La degradación generalizada del medio hídrico es una de las consecuencias negativas más relevantes del modelo de desarrollo económico que hemos construido, al que genéricamente y con frecuencia de forma paradójica llamamos "progreso".

El agua, aparte de cumplir un sin fin de funciones planetarias y de vida, de ser necesaria para muchas de las actividades productivas y para el propio bienestar humano, tiene profundas vinculaciones con la psique humana. El simple fluir de un río de aguas transparentes siempre ha despertado emociones profundas. En las culturas panteístas los ríos han sido objeto de un sagrado respeto y fuente de comprensión trascendental.

Hoy hemos perdido buena parte de esa percepción simbólica y metafísica del agua y de los ríos. Hemos hecho de ellos un simple recurso para el desarrollo económico y los enriquecimientos personales. Desde que la tecnología de la obra hidráulica permitió la construcción de grandes embalses y la consiguiente realización de voluminosos trasvases de agua de unas regiones a otras a no importa qué distancia, hemos roto el viejo orden natural circunscrito a las zonas de vega, y dado paso a una nueva ética hidrológica que apenas tiene límites morales. La moral del respeto ha sido sustituida por la codicia y la irresponsabilidad. Apetencias desaforadas son disfrazadas de solidaridad ajena obligada.

Los ríos pirenaicos aragoneses, que han sido la magia de un paisaje singular, están represados en grandes embalses; han sido convertidos en un rosario de cementerios de aguas estancadas, con frecuencia eutrofizadas. Buena parte de sus caudales circulan ya por enormes canales hidroeléctricos, desecando o mermando de forma relevante largos tramos que antaño fueron fantasía, orgullo y símbolo de identidad de esta tierra. Paradójicamente, de mil y una maneras derrochamos la energía eléctrica que esos ríos (que han dejado de serlo) nos producen.

Emociones profundas, como el disfrute de las aguas bravas (que han empezado a generar economías comarcales muy importantes) apenas son ya posibles en los ríos aragoneses. Lo poco que queda de ellos está amenazado por una oleada de proyectos hidráulicos, en una carrera de codicias (propias y ajenas) que no tiene límite de satisfacción posible mientras haya un pequeño tramo de río que privatizar o un secano irredento que regar.

Hemos creado unas formas de progreso económico aculturales, deshumanizadas, de tierra quemada, carentes de la moral del respeto que todo bien hacer exige. Nos están planificando la gestión hidrológica de Aragón desde el tópico, utilizando un lenguaje perverso, que pretende justificar lo injustificable. Se nos habla en abstracto del agua como elemento promotor de no se sabe qué desarrollo económico, sin cuenta alguna. Se esgrime la demanda hídrica de algunas regiones sin referir la disposición al pago por parte de los beneficiarios, de forma que no es demanda sino una apetencia que por por su propia naturaleza es infinita. Se nos habla de ríos desaprovechados porque tiran sus aguas al mar. ¿Está acaso la Alhambra de Granada desaprovechada porque pudiendo ser trasladada a Mallorca, donde tendría mayor número de visitantes de pago, sigue donde está?

El agua, como recurso tiene la singularidad de ser reutilizable, reciclable y desalinizable. Pero eso cuesta dinero. Quien dice tener necesidad prefiere que sea el Estado quien le proporcione el agua apetecida mediante nuevos embalses y trasvases a costa del bolsillo, el patrimonio, la hipoteca y el dolor ajenos. El político y la sociedad desinformados olvidan que el agua forma parte consustancial del territorio, que los ríos son uno con él, y que el agua no debe ser detraida ni transportada a otros lugares más allá de lo cabal, de lo necesario, de lo respetuoso, de lo circunstancial y lo reversible.

Detracciones como las que plantean los grandes trasvases previstos en el actual Plan Hidrológico Nacional (que incluyen las grandes presas pirenaicas) devalúan el territorio, lo desnaturalizan, lo desvisten de su oferta de bienestar natural, a la vez que hipotecan expectativas de futuro tal vez inimaginables. Esta es la razón profunda e intuitiva, y no otra, no articulada en forma discurso académico, que ha movido a cientos de miles de manifestantes de Aragón y de las Tierras del Ebro contra los trasvases.

Cuando no se entienden así las cosas, surgen los conflictos, como el que estamos viviendo en España con el actual proyecto de Plan Hidrológico Nacional, que lejos de constituir un acercamiento hacia una auténtica y obligada cultura del agua, representa su alejamiento. Está inspirado en el reparto del patrimonio ajeno; es la versión hidráulica de "la patada en la puerta". Los valores no tienen precio, por eso no pueden estar en el mercado más allá de una proporción y unos límites, que en el caso de nuestros ríos pirenaicos han sido ya ampliamente sobrepasados. Para reflexionar sobre estas cosas fue establecido por UNESCO el día Mundial del Agua, que celebramos cada 22 de marzo.
 
 
Asociación Río Aragón