Aznar
no sólo se equivoca sino que es incapaz de percibir el clamor
de un millón de personas en las calles y rectificar sus
errores. Lo malo es que en su error y su soberbia todos podemos
perder mucho
El
diccionario explica el sentido del calificativo cínico
diciendo: "se aplica a la persona que comete actos
vergonzosos sin ocultarse y sin sentir vergüenza por
ellos...". La semana pasada en la comisión del Senado, el
PP despachaba quinientas cincuenta enmiendas al Plan Hidrológico
Nacional en tan sólo tres minutos. Dos días después, el
Heraldo tenía preparado un acto de pretendido debate en el que
el ministro Matas disfrutaría de portada y amplia cobertura
para sonreír ante el pueblo de Aragón y ofrecer una imagen de
accesibilidad y talante dialogante. Al día siguiente, y
protegido por el protocolo y nuestro tradicional carácter
aragonés de buena gente, que a menudo raya en complejo de
inferioridad, este mismo señor se permitía presidir la
apertura de unas jornadas científico-técnicas atreviéndose,
con su mejor sonrisa, a llamar al diálogo y la racionalidad
ante la comunidad científica que había elaborado buena parte
de los argumentos y alternativas que él tiró a la basura sin
conceder siquiera los protocolos habituales del juego
parlamentario. ¿No se corresponde acaso esta actitud con lo que
el diccionario define como cinismo?
Al
ministro Cañete se le podría incluso agradecer su locuacidad
maleducada al ponernos al corriente sobre el enfoque autoritario
con el que el presidente Aznar se disponía a imponer su Plan
Hidrológico. Pero añadir a esta actitud de chulería política
el cinismo del señor Matas es demasiado.
En
aquellas declaraciones el ministro Cañete pronunció tres
frases; una grosera, otra brutal y una tercera que, a pesar de
haber sido la menos comentada, encierra una actitud de
irresponsabilidad política injustificable. "Esto se debe
hacer rápido o no se hará nunca", dijo el ministro, desde
una clara conciencia de estar fuera de la legitimidad del
presente y más aún del futuro; como el ladrón que tiene que
darse prisa en desvalijar la casa antes de que los vecinos se
percaten. El Gobierno es consciente de que el PHN entra en
flagrante contradicción con los objetivos, criterios y enfoques
de la nueva Directiva Marco de Aguas aprobada por la Unión
Europea, apresurándose en desarrollar una política de hechos
consumados bajo el lema de "rápido, rápido, ahora o
nunca". Desde esta indisimulada premura, ni siquiera el
calendario parlamentario previsto en el Senado se ha mantenido,
pasándose del paseo militar al paso ligero para acabar en una
atropellada carrera que ha descompuesto incluso la estética
castrense del proceso.
Ciertamente
el poder es la droga más dura que se conoce. La que sin duda
genera adicción con mayor rapidez, enturbiando la sensibilidad
y el sentido común hasta límites insospechables, especialmente
en situación de sobredosis. Y, ciertamente, sobredosis de poder
es lo que tiene hoy el PP desde su mayoría absoluta, como en su
día la tuvo el PSOE. Hoy Aznar, al igual que en su momento
Felipe González, no sólo se equivoca, sino que es incapaz de
percibir el clamor de un millón de personas en las calles y
rectificar sus errores. Lo malo es que en su error y su soberbia
todos podemos perder mucho.
Sin
embargo, y tal vez en cumplimiento de ese dicho del "no hay
mal que por bien no venga", hemos asistido a un fenómeno
sin precedentes: el despertar de un pueblo tradicionalmente
resignado que se atreve hoy a reivindicar su derecho a existir,
ya sea en Teruel, en el Pirineo, en Zaragoza o en las calles de
Madrid.
Falta
por ver hasta dónde da de sí una clase política que jamás
sospechó siquiera que se pudiera llegar a semejante situación.
Más allá del lamentable servilismo provinciano que nos viene
ofreciendo el PP aragonés y la esperanzadora coherencia de la
CHA en esta materia, el Partido Socialista parece dispuesto a
morir de efímero éxito, en medio de su esquizofrenia hidrológica,
de sus contradicciones, de sus miedos y de sus compromisos con
el PAR.
En
todo caso, una cosa es ya irreversible: el acelerado tránsito
de la conciencia social y política hacia esa Nueva Cultura del
Agua que los tiempos demandan y Europa exige en la nueva
Directiva. Una Nueva Cultura que no se basa en el hormigón
subvencionado de grandes presas y trasvases, sino en el ahorro,
la eficiencia, la buena gestión en suma, y la conservación de
la salud de nuestros ríos.
Respecto
al presidente de Aragón, don Marcelino Iglesias, creo
sinceramente que ha entendido la necesidad de estos cambios. Lo
que está por ver ahora es si tendrá el coraje de perseverar en
la lucha abierta a nivel nacional y europeo, y, lo que es más
importante, si tendrá el valor necesario para asumir el
desarrollo de esas mismas ideas en el ejercicio de sus
responsabilidades de gobierno aquí, en Aragón. Hoy el
presidente se enfrenta al inaplazable reto de revisar ese Pacto
del Agua que manipula descaradamente el PP como clave de su política
trasvasista, asumiendo con decisión su propia promesa de
investidura de dar una oportunidad al diálogo social.
Matas
sabía que, poniendo la primera piedra en Yesa, ponía una
piedra en el camino de ese diálogo desde el que debemos ser
capaces de preservar la unidad conseguida en la movilización. Sólo
desde ese diálogo haremos avanzar la inteligencia de ese nuevo
Regeneracionismo de la Nueva Cultura del Agua que, cien años
después, curiosamente, vuelve a nacer en el Valle del Ebro. |