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El Periodico de Aragón. 21 de junio de 2001

Del paseo militar al cinismo

Pedro Arrojo. Profesor de Universidad

Aznar no sólo se equivoca sino que es incapaz de percibir el clamor de un millón de personas en las calles y rectificar sus errores. Lo malo es que en su error y su soberbia todos podemos perder mucho

El diccionario explica el sentido del calificativo cínico diciendo: "se aplica a la persona que comete actos vergonzosos sin ocultarse y sin sentir vergüenza por ellos...". La semana pasada en la comisión del Senado, el PP despachaba quinientas cincuenta enmiendas al Plan Hidrológico Nacional en tan sólo tres minutos. Dos días después, el Heraldo tenía preparado un acto de pretendido debate en el que el ministro Matas disfrutaría de portada y amplia cobertura para sonreír ante el pueblo de Aragón y ofrecer una imagen de accesibilidad y talante dialogante. Al día siguiente, y protegido por el protocolo y nuestro tradicional carácter aragonés de buena gente, que a menudo raya en complejo de inferioridad, este mismo señor se permitía presidir la apertura de unas jornadas científico-técnicas atreviéndose, con su mejor sonrisa, a llamar al diálogo y la racionalidad ante la comunidad científica que había elaborado buena parte de los argumentos y alternativas que él tiró a la basura sin conceder siquiera los protocolos habituales del juego parlamentario. ¿No se corresponde acaso esta actitud con lo que el diccionario define como cinismo?

Al ministro Cañete se le podría incluso agradecer su locuacidad maleducada al ponernos al corriente sobre el enfoque autoritario con el que el presidente Aznar se disponía a imponer su Plan Hidrológico. Pero añadir a esta actitud de chulería política el cinismo del señor Matas es demasiado.

En aquellas declaraciones el ministro Cañete pronunció tres frases; una grosera, otra brutal y una tercera que, a pesar de haber sido la menos comentada, encierra una actitud de irresponsabilidad política injustificable. "Esto se debe hacer rápido o no se hará nunca", dijo el ministro, desde una clara conciencia de estar fuera de la legitimidad del presente y más aún del futuro; como el ladrón que tiene que darse prisa en desvalijar la casa antes de que los vecinos se percaten. El Gobierno es consciente de que el PHN entra en flagrante contradicción con los objetivos, criterios y enfoques de la nueva Directiva Marco de Aguas aprobada por la Unión Europea, apresurándose en desarrollar una política de hechos consumados bajo el lema de "rápido, rápido, ahora o nunca". Desde esta indisimulada premura, ni siquiera el calendario parlamentario previsto en el Senado se ha mantenido, pasándose del paseo militar al paso ligero para acabar en una atropellada carrera que ha descompuesto incluso la estética castrense del proceso.

Ciertamente el poder es la droga más dura que se conoce. La que sin duda genera adicción con mayor rapidez, enturbiando la sensibilidad y el sentido común hasta límites insospechables, especialmente en situación de sobredosis. Y, ciertamente, sobredosis de poder es lo que tiene hoy el PP desde su mayoría absoluta, como en su día la tuvo el PSOE. Hoy Aznar, al igual que en su momento Felipe González, no sólo se equivoca, sino que es incapaz de percibir el clamor de un millón de personas en las calles y rectificar sus errores. Lo malo es que en su error y su soberbia todos podemos perder mucho.

Sin embargo, y tal vez en cumplimiento de ese dicho del "no hay mal que por bien no venga", hemos asistido a un fenómeno sin precedentes: el despertar de un pueblo tradicionalmente resignado que se atreve hoy a reivindicar su derecho a existir, ya sea en Teruel, en el Pirineo, en Zaragoza o en las calles de Madrid.

Falta por ver hasta dónde da de sí una clase política que jamás sospechó siquiera que se pudiera llegar a semejante situación. Más allá del lamentable servilismo provinciano que nos viene ofreciendo el PP aragonés y la esperanzadora coherencia de la CHA en esta materia, el Partido Socialista parece dispuesto a morir de efímero éxito, en medio de su esquizofrenia hidrológica, de sus contradicciones, de sus miedos y de sus compromisos con el PAR.

En todo caso, una cosa es ya irreversible: el acelerado tránsito de la conciencia social y política hacia esa Nueva Cultura del Agua que los tiempos demandan y Europa exige en la nueva Directiva. Una Nueva Cultura que no se basa en el hormigón subvencionado de grandes presas y trasvases, sino en el ahorro, la eficiencia, la buena gestión en suma, y la conservación de la salud de nuestros ríos.

Respecto al presidente de Aragón, don Marcelino Iglesias, creo sinceramente que ha entendido la necesidad de estos cambios. Lo que está por ver ahora es si tendrá el coraje de perseverar en la lucha abierta a nivel nacional y europeo, y, lo que es más importante, si tendrá el valor necesario para asumir el desarrollo de esas mismas ideas en el ejercicio de sus responsabilidades de gobierno aquí, en Aragón. Hoy el presidente se enfrenta al inaplazable reto de revisar ese Pacto del Agua que manipula descaradamente el PP como clave de su política trasvasista, asumiendo con decisión su propia promesa de investidura de dar una oportunidad al diálogo social.

Matas sabía que, poniendo la primera piedra en Yesa, ponía una piedra en el camino de ese diálogo desde el que debemos ser capaces de preservar la unidad conseguida en la movilización. Sólo desde ese diálogo haremos avanzar la inteligencia de ese nuevo Regeneracionismo de la Nueva Cultura del Agua que, cien años después, curiosamente, vuelve a nacer en el Valle del Ebro.

Asociación Río Aragón-COAGRET