Opinión
El Periódico de Aragón, 7-II-2002
ÁNGEL Garcés, profesor de la Universidad de Zaragoza
ZARAGOZA Y LOS RÍOS

 
Es preciso recordar que en Aragón el agua no sólo está en el territorio, es territorio. Para mantener viva la llama secular de la reivindicación aragonesa debemos proponer algún uso distinto al de regar

Hace más de un año, aquel 8 de octubre, salió la gente a la calle impulsada por un resorte genético, por un inaprensible convencimiento, anclado en el subconsciente colectivo, que casi nadie entendió fuera de Aragón. Salieron a defender la posesión afectiva de un río al que casi nunca miran, del que casi nunca disfrutan, junto al que nunca pasean.

Zaragoza vive de espaldas a sus ríos. No sólo vive ajena al discurrir ciclotímico del Ebro, el Gállego apenas es una fina línea negra a su llegada al término municipal de Zaragoza. Y qué decir del Huerva, el río en el que tantos zaragozanos aprendieron a nadar, y que se convierte en cloaca ahí donde lo tapan, en el cruce de la Gran Vía, en un lugar que destila desolación e infamia. Sólo el cuarto río de Aragón , el Canal Imperial, disfruta de una pequeña vida social. Sus márgenes suenan todavía a barrio.

¿Por qué los españoles viven de espaldas a sus ríos, sólo encelados con el mar? Esta realidad no obedece ni a una cuestión atávica ni a un estado de enajenación mental transitoria. Esta mentalidad es el resultado de una política consciente, de una estrategia diseñada desde la Administración hidráulica.

No es casual que los usos comunes y generales del agua, los vinculados a los ríos como espacios lúdicos, recreativos y paisajísticos, estén desprotegidos jurídicamente frente a los usos privativos, aquéllos que implican la patrimonialización de un bien público por los agentes económicos hasta convertirlo en un recurso privado destinado a producir un pingüe enriquecimiento.

SIN EMBARGO, como la principal riqueza del mar es su buen estado ecológico, las Administraciones públicas han invertido históricamente en la recuperación y en la limpieza de las costas y de las aguas costeras.

Me comentaba hace poco un buen amigo murciano, un ingeniero que presta sus servicios en el Ayuntamiento de Murcia, que, hasta hace apenas treinta años, esta ciudad contaba, a las orillas del Segura, con uno de los clubes de piragüismo más importantes de España. Pues bien, uno de los grandes empeños de la Confederación Hidrográfica fue cerrar dicho club. Hoy, el Segura, a su paso por Murcia, es un auténtico estercolero; un olor nauseabundo se extiende desde su cauce, ocultado, generalmente, bajo una capa de espuma de medio metro de espesor.

Lo más curioso de todo, me decía el ingeniero, es que los vecinos de Murcia, que periódicamente protestan por la suciedad de algunos barrios o la desidia municipal en el mantenimiento de algunos parques, han asumido, sin quejas ni protestas, el denigrante estado en el que se encuentra el Segura.

Mi buen amigo murciano me comentaba, además, que son muchas las personas del Levante español que comparten la causa aragonesa, no por aragonesa sino por racional, solidaria y patriótica. Son muchos los universitarios, profesionales y ciudadanos del Levante español que están hartos de los regadíos ilegales, de las roturaciones ilegales de montes, de la desaparición de los últimos espacios naturales vírgenes, de la explotación de trabajadores ilegales, de la construcción de urbanizaciones ilegales y de la proliferación de mafias, prostíbulos y coches Mercedes conducidos por horteras.

Y VUELVEN sus ojos hacia los ríos aragoneses, hacia los ríos pirenaicos, cuya utilización racional para el deporte de aventura, para el turismo rural producirá en el futuro tantos beneficios económicos y muchos más beneficios sociales y ambientales que ciertos usos tradicionales.

Y llegados a este punto, es preciso recordar que, en Aragón, el agua no sólo está en el territorio, es territorio. Pero para mantener viva la llama secular de la reivindicación aragonesa debemos proponer algún uso distinto al de regar.

Zaragoza debe recuperar sus ríos y sus riberas, y no sólo invirtiendo en depuradoras y en infraestructuras, también apostando por la creación de espacios de convivencia en torno a los cauces fluviales.

La elección del agua como tema básico de la exposición internacional del 2008 es uno de los grandes aciertos del consorcio que prepara la candidatura de Zaragoza, y que tan acertadamente gestionan Ángel Val y Paco Pellicer.

La adjudicación, en su día, de la organización de la Expo puede suponer el punto de inflexión en la tortuosa relación afectiva que une a Zaragoza con sus ríos. Que así sea.

 

Asociación Río Aragón-COAGRET