Opinión
Universidad de La Laguna, 7-III-2005
El ocaso de la vieja cultura del agua en España: ¿Iniciando la transición hacia una nueva cultura del agua?
 

Federico Aguilera Klink

Dpto. de Economía Aplicada, Universidad de La Laguna
 

RESUMEN

La derogación del trasvase del Ebro en junio de 2004 es, sin lugar a dudas, un hito en la política hidráulica española. Demuestra que hay otras maneras de hacer las cosas, de definir razonablemente cuál es el problema que se quiere abordar, de evaluar las soluciones alternativas y de escuchar a técnicos y ciudadanos, en general, y no sólo a un grupo de intereses. Puede verse como el inicio de la transición hacia una nueva cultura del agua si se mantiene esa actitud abierta de hacer las cosas, se aguanta el pulso del entramado político-financiero, se consolida una participación informada y un debate público razonablemente honesto. Ahora es necesario aplicar esa actitud a otros problemas hidrológicos que esperan solución y revisar el decreto de derogación. Es un proceso difícil y no exento de conflictos pero hay que asumir que forman parte de la política hidrológica.

Palabras Clave: trasvases; nueva cultura del agua; debate público.

INTRODUCCIÓN

La reciente derogación del trasvase del Ebro (Real Decreto Ley 2/2004, de 18 de junio) podría considerarse, quizás, como el inicio de la transición desde una economía del agua preocupada por la construcción de más embalses y trasvases, necesaria en el contexto de una España cuya economía era fundamentalmente agrícola, a una economía del agua que se preocupa más por la gestión y que entiende que el problema ya no es de escasez física sino de una escasez económica generada principalmente por la ausencia de gestión, en un contexto en el que la agricultura ya no es la principal actividad económica y en el que la mayor parte de los usuarios, incluidos los agricultores, pueden pagar perfectamente un precio razonable por el agua que usan.

Sin embargo, y tal y como ocurrió con la transición política en este país, la transición en la economía del agua está siendo conflictiva y va a llevar tiempo. Si se tratase de una cuestión estrictamente técnica posiblemente no hubiese demasiados problemas. Tampoco parece presentar demasiadas dificultades tener una actitud mental de carácter abierto necesaria para reconocer que el contexto actual es diferente del que existía hace cuarenta años, de que los problemas son distintos, por lo que las soluciones tienen que ser diferentes, y también porque existen alternativas diferentes. Algo que parece razonable y para lo que estamos perfectamente preparados. ¿Qué es, entonces, lo que ocurre? Hay tres cuestiones que considero necesario abordar. La primera se refiere a las contradicciones en los contenidos del citado Decreto Ley. La segunda tiene que ver con el entramado político-empresarial. La tercera presta atención a la necesidad de la participación ciudadana como una manera de mejorar la calidad de las decisiones a tomar y de avanzar seriamente en la transición.

1.EL REAL DECRETO LEY 2/2004 ¿CUÁL ES EL PROBLEMA?

La lectura de los contenidos contradictorios del Decreto Ley le confieren escasa credibilidad. Así, mientras, por un lado, deroga el trasvase del Ebro, en nombre de una nueva concepción de la política hidrológica, por el otro lado acepta como válidas las estimaciones sobredimensionadas y no justificadas sobre las “necesidades y demandas” de agua realizadas por el anterior Plan Hidrológico Nacional. Esto explica que el citado Decreto incluya un amplio listado de desaladoras para cubrir esas supuestas demandas así como el mantenimiento, en el Anexo II, de un listado de embalses y trasvases, también incluidos en el anterior PHN, y que va en contra de la filosofía de la Directiva Marco Europea del Agua.

Parece claro, en consecuencia, que si la apuesta por la nueva cultura del agua es seria, el decreto debe reconsiderarse empezando por calcular de manera honesta y rigurosa los actuales usos de agua en cada cuenca así como una estimación de las “necesidades y demandas” a medio plazo. A esto seguiría una evaluación del estado de las redes de distribución urbanas y agrícolas. Se trata de conocer cuál es el problema que se quiere resolver sin dar la solución antes de saberlo. El siguiente paso consiste en estudiar con seriedad las alternativas existentes a cada uno de los problemas. En cualquier caso quiero insistir en que estos dos pasos no tienen nada que ver, en principio, con una nueva cultura del agua sino con una manera de hacer las cosas que sea razonablemente honesta desde un punto de vista intelectual y político.

Sabemos, sin embargo, que la justificación de los trasvases proyectados descansa en un sobredimensionamiento injustificado de los usos previstos, a los que se califica de demandas. Y también sabemos que los datos disponibles sobre el uso del agua avalan de manera contundente que carece de sentido seguir instalados en esa vieja cultura de más embalses y trasvases mientras las redes urbanas muestran una eficiencia media del 60 por 100 (Cabrera, 2004) y mientras las redes agrícolas pierden unos 10.000 Hm3 al año (Losada, 1994) sin contar el deterioro de la calidad de las aguas. Es obvio que parte de estas pérdidas vuelve al acuífero o a los ríos pero también es obvio que entender las pérdidas en las redes como una manera de recargar acuíferos o de satisfacer algunas funciones ambientales, ignorando la desastrosa situación del sistema de distribución, no parece la vía más eficiente de hacerlo. En cualquier caso, lo que resulta claro es que el potencial de ahorro así como la mejora de la eficiencia en el uso del agua son elevados y constituyen alternativas más eficientes, en todos los sentidos, a la construcción de más embalses y trasvases.

Así pues, los argumentos que en su momento justificaban la necesidad de construir más embalses y trasvases en España, como solución a un problema de escasez física, ya no son relevantes. Ahora la escasez es, fundamentalmente, de carácter económico, “...la actual escasez física de agua no es la cuestión principal en la mayoría de las regiones. Parece, más bien, que prevalecen las condiciones de escasez económica: hay bastante agua para satisfacer las necesidades de la sociedad, pero hay pocos incentivos para lograr un uso sabio y ahorrador de los recursos o para efectuar una asignación eficiente entre demandas alternativas” (Gibbons, 1986). Entiendo que el diagnóstico realizado por Gibbons para Estados Unidos es, desde hace más de una década, adecuado para España. Por otro lado, en los casos de escasez física, la desalación es una alternativa más razonable que los trasvases.

2. EL ENTRAMADO POLÍTICO-EMPRESARIAL

Es interesante constatar el apoyo unánime, aunque con variado énfasis según se esté en el gobierno o en la oposición, de los principales partidos políticos a los proyectos de construcción de más embalses. Con los trasvases ya cambian algo los apoyos dependiendo del contexto electoral. La explicación a estos apoyos pasa por una mezcla de cálculos electorales y de cálculos político-financieros que impiden explicar adecuadamente el problema a resolver.

En otras palabras, la definición adecuada del problema que se quiere resolver se oculta a los ciudadanos y se insiste en proporcionar una vieja y desfasada solución sin actualizar el problema. Se crea así un “estado de opinión” ficticio, pero creído por muchas personas que atienden a esos medios de comunicación, reforzado por la ausencia de debates públicos que permitan contrastar cuál es realmente el problema y cuáles son las alternativas razonables. A todo esto hay que añadir la resistencia de intereses corporativos, como la Asociación de ingenieros de caminos, canales y puertos (El País, 15.12.04), muy bien capacitados para construir presas, pero que no aceptan que los problemas a resolver no son los de hace cincuenta años ni que el objetivo de la Directiva Marco Europea del Agua sea la gestión de los ecosistemas y la gestión del agua en lugar de seguir con la vieja cultura del agua.

La paradoja consiste en que el núcleo del apoyo a esa vieja cultura tiene poco que ver con el agua y mucho con la construcción de obras públicas y los fondos públicos que mueve. En este sentido, al desmontarse la necesidad de construir más embalses y trasvases, los intereses que se consideran “perdedores” (constructoras, políticos beneficiados con independencia del partido al que pertenecen, agricultores acostumbrados a no pagar el agua, ingenieros que han de reciclarse, ...etc.) están generando unas presiones y unos conflictos muy importantes, apoyados por unos medios de comunicación a su servicio y que no informan de “cuál es el auténtico problema a resolver” por lo que hacen creer a los ciudadanos que la derogación de un trasvase (que no necesitan) les va a quitar “su derecho” al agua, les va a llevar a padecer sed y penurias o, finalmente, les va a quitar su “identidad”. Desde luego imaginación no falta.

Lo cierto es que, la supuesta escasez de agua se transforma en una excusa, convenientemente manipulada, que oculta el entramado político-empresarial cuya continuidad depende de la financiación pública de megaproyectos pero que no va a resolver los problemas de falta de gestión, que son los que no se quieren abordar. Entramos así en la lógica de los megaproyectos y su relación con la financiación de los partidos políticos, ya estudiada desde hace años por el periodista Carlos de Prada, en relación con el derogado Plan Hidrológico Nacional. Se pregunta este periodista quién financia al poder político y se contesta a sí mismo “En definitiva, el que paga, manda (...) una y otra vez Seopan, la patronal de la construcción, presiona al Gobierno para que no caiga el volumen de dinero que recibe del erario público (...) Una parte de ese dinero viene de las grandes obras hidráulicas. Por tanto, ¿Van a tolerar que monsergas de racionalidad, científicas o de gestión seria, amenacen sus intereses creados?” (De Prada, 1997). Y sigue, recientemente, “Constructoras, hidroeléctricas, compañías de gestión de aguas, capitales del agronegocio insostenible, especuladores inmobiliarios, políticos, cargos, funcionarios, etc. Es evidente que el PHN beneficia a alguien (...) Caudales públicos de billones de pesetas trasvasados hacia cuentas privadas, donde quedan embalsados” (De Prada, 2003). ¿Explica esto el mantenimiento de la mayoría de las obras en el Anexo II del Decreto Ley que deroga el trasvase del Ebro? Es muy probable.

De acuerdo con Hawken, “En el reino de los negocios la democracia, tal como la contemplaron los fundadores, está ahora en suspenso. Todo lo que nos queda son los mecanismos rituales, la importante imagen de la democracia que invocan los mismos traficantes de poder que la subvertirían. En Washington D.C. las corporaciones actúan igual que lo hacen en el mercado: juegan para ganar. El problema es cómo ganan ya que su usurpación del poder político destruye el proceso democrático. (Hawken, 1997,132).

Lo importante para empezar a comprender es que en España, como en otros países, se ha consolidado ese entramado político financiero, que descansa sobre la financiación pública de megaproyectos y cuyos aspectos principales, siguiendo a Flyvbjerg (2003) serían los siguientes:

1. Mientras se construyen cada vez más megaproyectos (...) los resultados son muy pobres en términos económicos, ambientales y de apoyo ciudadano.

2. El desarrollo de los megaproyectos no constituye hoy un campo que pertenezca a lo que se denomina “cálculos honestos” (por el contrario) apenas hay cálculos fiables y menos aún los cálculos de los llamados expertos.

3. Los promotores de los megaproyectos con frecuencia evitan y violan las prácticas establecidas de buen gobierno, transparencia y participación en la toma de decisiones política y administrativa

4. Existe un comportamiento de buscadores de rentas en aquellos que justifican la inversión en infraestructuras, explicado por el hecho de que dichas inversiones pueden generar beneficios para grupos concretos de constructores y usuarios mientras que la mayor parte de los costes recae sobre los contribuyentes.

Por su parte, los intereses “ganadores” (¿el gobierno central?, que ahorraría miles de millones de euros, pequeñas empresas locales de construcción y de gestión de agua, que crearían mucho empleo, los ciudadanos, que obtendrían un mejor servicio de agua y pagarían menos impuestos,...etc.) parecen encontrarse con escasa capacidad para mostrar que hay que cambiar las preguntas a las que responder, que ya no son las mismas de antes, que hay otras maneras de hacer las cosas y de tomar decisiones y que la participación democrática tiene poco que ver con la participación actual. Estamos, en consecuencia, ante una verdadera transición en el amplio sentido de la palabra, que entraña un auténtico conflicto de intereses.

3. ¿QUÉ PUEDE APORTAR LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA?

En este contexto, la participación pública real, no de trámite, se presenta como una poderosa herramienta para conocer con claridad cuál es el problema que se quiere solucionar, para que las personas mejoren su nivel de información, para que se aporte información de calidad y, en suma, para legitimar o no los proyectos y sus alternativas. No se trata de presentar retoques a proyectos previamente aprobados sino de participar en la definición del diagnóstico. Se hace necesaria, en consecuencia, la creación de espacios institucionalizados de debate público, financiados con fondos públicos, que garanticen el ejercicio del derecho de participación informada, algo que sólo es posible si se cuenta con el acceso a información de calidad para construir argumentos alternativos.

Si tenemos en cuenta la afirmación anterior de Hawken, es posible afirmar que no existe ningún gobierno que intente cambiar la política del agua, como parece que están intentando tímidamente el gobierno del presidente Zapatero y el tripartito en Cataluña, que pueda conseguirlo sin el apoyo y la participación ciudadana. Por razones de apoyo público y por razones de mejora en la calidad de los argumentos.

De hecho, está demostrado que una participación pública informada mejora la calidad de las decisiones tomadas. En una investigación sobre la calidad de las decisiones que se han tomado contando con la participación pública, que abarca 239 casos de estudio, la conclusión a la que llega su autor es que “La mayoría de los casos evidencian que la participación pública conduce a mejores decisiones que en ausencia de esa participación; añadiendo nueva información, nuevas ideas y nuevos análisis; y teniendo un acceso adecuado a los recursos científicos y técnicos.” (Beierle, 2000). En un sentido similar argumenta Shrader-Frechette al señalar que “La ejecución de proyectos fracasa generalmente cuando la agencia gubernamental –que promueve alguna tecnología- intenta <vender> una decisión tomada de antemano y no fomenta la educación pública” (1997, 231), (la negrita es mía).

Pero además, la participación pública informada consiste en la única manera de empezar a hacer frente, con muchas dificultades, a ese entramado político-empresarial que tiene la capacidad de disfrazar el problema que se quiere resolver. Necesitamos un profundo programa de pedagogía social para que se entiendan bien los argumentos y los problemas. Pero incluso esto podría ser insuficiente dadas las asimetrías reales que existen tanto en el poder para hacerse oír como en el poder para decidir (O’Neill, 2002).

Podemos pues asumir que “Los enfoques deliberativos funcionan bien como objetivos ideales e indicadores de evaluación para la toma de decisiones pero se quedan indefensos ante el poder, que es lo que caracteriza al desarrollo de los megaproyectos. Por eso es fundamental estudiar cómo las relaciones de poder y los resultados pueden ser influidos y contrapesados por una reforma de los acuerdos institucionales que configuran el contexto de la toma de decisiones del megaproyecto (...) Dicho de otra manera, tomar una buena decisión no es sólo una cuestión de contar con una información y una comunicación mejor y más racional sino también de contar con los acuerdos institucionales que incentivan la responsabilidad y, especialmente, la responsabilidad ante el riesgo. Entendiendo la responsabilidad no como una cuestión exclusivamente relacionada con la celebración de elecciones cada cierto tiempo sino con la continuación del diálogo entre la sociedad civil y los políticos sobre las instituciones, aceptando cada uno su responsabilidad a través de adecuados controles” (Flyvbjerg, 2003).

En la medida en la que se profundice en esta línea de trabajo podremos afirmar que estamos avanzando en la consolidación de una nueva cultura del agua que se apoya en tres pilares básicos. La gestión de los ecosistemas (gestión del agua y del territorio) manteniendo sus funciones básicas en cantidad y calidad, es decir, inserción de la economía en los límites de los ecosistemas; mejora del conocimiento y cambio de mentalidad para poder llevar a cabo lo anterior, lo que requiere cambiar las preguntas así como entender adecuadamente cuáles son los problemas y qué se entiende por soluciones y, finalmente, profundizar en una toma democrática de decisiones que cuente con la gente.

Algunos objetarán que la insistencia en la participación lleva más tiempo y retrasa la toma de decisiones haciendo menos eficiente el proceso. Efectivamente lleva más tiempo y retrasa la toma de decisiones pero esto no significa que disminuya la eficiencia en esa toma de decisiones puesto que, como vimos más arriba, mejora la calidad de las mismas. Por otro lado, si tenemos en cuenta el tema del entramado político-empresarial, la participación pública no sólo contribuye a la mejora de la calidad sino a plantear adecuadamente cuál es el problema lo que, en sí mismo, constituye una innovación muy destacada que puede conducir a obtener aumentos de eficiencia insospechados, tal y como muestra el ejemplo de la derogación del trasvase del Ebro, una vez demostrado que el problema no consiste en la escasez física. En otras palabras, la mejora que se puede obtener, en términos económicos, ambientales y sociales, con la citada derogación puede ser de escándalo.

Finalmente, y aceptando que tomar las decisiones más rápidamente signifique una mayor eficacia hay que reconocer que esa eficacia: a) no justifica la limitación de los derechos de la mayoría de los ciudadanos, b) suele impedir una comprensión clara de las implicaciones de esas decisiones y, c) con frecuencia, suele ocultar que, esa supuesta eficacia, beneficia a unos pocos en detrimento de una mayoría. Así pues, lejos de constituir un obstáculo, la participación pública informada y de calidad constituye un ahorro a la vez que se supone que cualquier político razonablemente democrático estaría orgulloso de contar con ciudadanos que se interesan por comprender los problemas que les afectan y por ayudarle a mejorar la calidad de las decisiones sobre estos problemas.

Entiendo que hemos iniciado la transición hacia una nueva cultura del agua, de lo contrario no habría tantos conflictos ni tantos obstáculos. Pero no hay otra opción que avanzar en la línea de la Directiva Marco. Es, además, la más conveniente y razonable para este país. El reto consiste en la manera de tomar las decisiones. La crispación puede generar importantes costes. De la calidad de la democracia que practiquemos va a depender cuáles son estos costes y cómo se distribuyen, es decir, quién va a cargar con ellos. De ella depende, también, que se identifiquen adecuadamente los problemas y que se aporten soluciones que no generen nuevos problemas.

REFERENCIAS

Beierle T. C. (2000), “The Quality of Stakeholder-Based Decisions: Lessons from the Case Study Record”. Discussion Paper 00-56. Resources for the Future. Washington.

Cabrera E. (2004) , “El agua en las ciudades”, ponencia presentada en la Jornada de la FNCA Nuevas perspectivas en la gestión del agua”, 22 de noviembre de 2004. Valencia.

De Prada C. (1997), ”La dictadura de las constructoras”, Revista Ecosistemas, nº 22.

De Prada C. (2003), “La “racionalidad oculta” del Plan Hidrológico Nacional”. Archipiélago, nº 57, pp.58-68.

Flyvbjerg B., Bruzelius N., Rothengatter W., Megaprojects and Risk. An anatomy of ambition. Cambridge University Press. Cambridge. 2003.

Gibbons D. C. The economic value of water. The Johns Hopkins University Press. Washington. 1986.

Hawken P. Ecología y Negocio. Una declaración de Sostenibilidad. Flor del Viento Ediciones. Barcelona. 1997.

Losada A. (1994), "Eficiencia técnica en la utilización del agua de riego", Revista de Estudios Agrosociales, No. 167, pp. 131-154.

O’Neill J. (2002), “Deliberation, power and voice”, Ponencia presentada en la 7ª Conferencia biannual de la International Society for Ecological Economics. Túnez. Marzo. 2002.

Shrader-Frechette K. “Amenazas tecnológicas y soluciones democráticas”, p. 225-236, en Ciencia, tecnología y sociedad. González, López and Luján (eds.). Ariel. Barcelona. 1997.

Asociación Río Aragón-COAGRET