Cuando se planteó la
construcción del pantano de Barasona allá por 1919, fue la
Liga de Contribuyentes de Ribagorza la que encabezó el
movimiento de frontal oposición a este proyecto. La Liga era
la plasmación del espíritu costista y sus integrantes eran
los amigos, los discípulos, los depositarios y los herederos
del mensaje de Joaquín Costa y quienes más profundamente
conocían -y defendían- su pensamiento.
Resulta revelador que ellos
fueran los primeros en oponerse al pantano que destruyó la
localidad de Barasona, junto al río Ésera, y que marcó para
Ribagorza un período de chantajes, amenazas y mentiras que
todavía estamos padeciendo.
Por eso, cuando con el
correr de los años se ha insistido con machacona insistencia
en la idea de que el pensamiento costista es el que avala la
construcción desaforada de pantanos, arrasando para ello con
lo que haga falta, los huesos de quienes eran amigos y
albaceas de Joaquín Costa deben revolverse en sus tumbas.
Unas tumbas, conviene recordarlo, arrasadas también en el
recrecimiento del embalse de Barasona a finales de la década
de los sesenta del pasado siglo que se llevó por delante el
cementerio de Graus en que se encontraban.
Se deben revolver tanto
como los propios huesos de Don Joaquín al ver la
manipulación y la tergiversación de sus escritos e ideas.
Después de tanta mitificación, es curioso constatar que una
atenta lectura de su abundante bibliografía depara la
relativa sorpresa de que en ningún momento se habla en sus
libros de grandes pantanos y de inundación de comarcas
enteras para satisfacer demandas hídricas de otros
territorios. Sólo hay que recordar que el primitivo canal de
Aragón y Cataluña, que tomaba sus caudales de un pequeño
azud de derivación todavía hoy existente junto a la central
de San José en el congosto de Olvena, servía para desviar
agua del Ésera hacia un extenso territorio de las comarcas
de La Litera y el Bajo Cinca. Eso ocurría en 1908, todavía
en vida de Costa, y fue después cuando llegaron las
presiones para almacenar agua cuanto más lejos mejor de las
zonas de regadío.
De la tergiversación
consciente del pensamiento costista nació una filosofía
supuestamente igualitaria -el agua es de todos y es
necesario embalsarla allí donde esté para satisfacer las
demandas existentes en cualquier punto de la geografía
nacional, rezaba y sigue rezando esta doctrina que avala
ahora las pretensiones trasvasistas- que ha marcado desde
entonces la política hidráulica en España. Con ella se han
podido arrasar impunemente numerosos valles de montaña en
todo el territorio nacional a cambio de absolutamente nada.
Bueno sí, de la misma carga de desprecio, altanería y
presión mediática que está sufriendo ahora todo el conjunto
de Aragón por su oposición al Plan Hidrológico Nacional. La
realidad, machaconamente, ha demostrado la falsedad de la
pretendida equidad hídrica; el agua no ha sido de todos sino
de quien contaba con las oportunas, oscuras y graciables
concesiones, la construcción de los pantanos ha generado
únicamente bolsas de miseria, abandono y miedo en las
comarcas afectadas pasando a convertirse los valles
montañeses en enormes depósitos que, encima, ni siquiera han
tributado nunca de forma significativa a las arcas de los
municipios que los soportan.
La insolidaridad de la
montaña, la tozudez culpable de los montañeses por no
dejarse avasallar (eran necesarios -se decía- los
sufrimientos de unos cuantos para garantizar nuevos regadíos
en virtud de un difuso "bien común"), la necesidad de una
mayor producción hidroeléctrica, de nuevos monstruos de
hormigón que alimentaran a las grandes industrias del
ramo... ; hemos sufrido una permanente cantinela que ha
ocultado uno de los más estremecedores expolios que ha
vivido el siglo XX.
Un expolio, por cierto,
justificado en una maniquea interpretación de un Costa que,
ni en sus peores pesadillas, hubiera imaginado que su
particular cartilla AEIOU -Altar, Enseñanza, Imprenta, Obras
y Urnas-, sirviera de base a una política que, en demasiados
valles españoles, ha alcanzado prácticamente cotas de
genocidio y se ha traducido en enormes desiertos
poblacionales.
Significativamente, los
expoliados han sido presentados ante la opinión pública como
insolidarios y cerriles individuos dignos del mayor de los
desprecios. Curiosamente, la misma táctica que ahora sufre
el conjunto de la sociedad aragonesa ante la presión
trasvasista de un Plan Hidrológico Nacional absurdo en sus
intenciones y en sus justificaciones. Y eso,
indiscutiblemente, nunca lo hubiera aceptado un Joaquín
Costa que empeñó su vida en la lucha por la dignidad del ser
humano.
Por eso, el mejor homenaje
que le podemos tributar a su recuerdo en el momento en que
se cumplen noventa y tres años de su muerte será el de
limpiar la memoria de su obra de esas tergiversaciones y
manipulaciones interesadas que la han secuestrado hasta
ahora y abrir un debate, limpio, fresco y plural, sobre la
vigencia de su pensamiento. Porque, y perdonen quienes
puedan sentirse ofendidos, el emotivo acto del homenaje
floral ante su estatua que se perpetúa año tras año en
Graus, si no viene acompañado de un proceso riguroso de
análisis del pensamiento costista, no hace sino momificar el
recuerdo de un hombre que fue grande, precisamente, por su
repulsa y rechazo a los convencionalismos caducos. |