El
primero de mayo de 1999 el Pirineo presentó a la sociedad
aragonesa el “Manifiesto por la Dignidad de la Montaña”. Con el
amplio respaldo de ayuntamientos y organizaciones sociales, se
reivindicó el derecho de sus habitantes a un desarrollo digno y
sostenible, basado en el respeto a sus recursos naturales.
Hoy
queremos recordar que en él se decían cosas tan sencillas, pero
tan clarificadoras, como que todos somos minoría en algún momento
y que por eso, tener la mayoría no da el derecho a doblegar a la
minoría; que hay que buscar siempre las mejores alternativas para
todos. O que en estas impresionantes montañas se encuentran juntos
el todo y la nada, cuando observamos la majestuosidad del paisaje
y la ruina ocasionada por los embalses. También se denunciaba que
el bienestar de la sociedad montañesa se ha visto perjudicado en
buena medida, por la desordenación territorial de las últimas
décadas. Desordenación a la que ha contribuido notablemente la
política hidráulica de grandes embalses y trasvases. Se ofrecía
diálogo como herramienta básica para una política de aguas
verdaderamente democrática y justa. Y terminaba enfatizando que
las reivindicaciones de la Montaña no deben ser vistas como
compensaciones por las pretendidas obras hidráulicas, sino como
derechos elementales y como resarcimiento por la deuda histórica
con un territorio que tanto ha dado al conjunto del país.
El
manifiesto de mayo de 1999 puso de relieve la fuerza ética y de
razón que impulsaba a las gentes que lo promovimos, y de allí se
derivaron éxitos innegables como la desestimación de los proyectos
de Jánovas o Santaliestra, aunque lamentablemente proyectos como
el de Itoiz, el Val o Lechago se consumaron, y otros como Yesa,
Biscarrués o Mularroya siguen vivos.
Hoy
contemplamos consternados cómo la minoría privilegiada de siempre,
bajo el amparo de una supuesta democracia que no lo es, mantiene
su política desarrollista, de grandes embalses y trasvases, el
timo del “Aragón Agua y Futuro”, que sólo sirve a los intereses de
algunos. Las Confederaciones siguen manteniendo en nómina y con un
peso en la toma de decisiones casi absoluto, a una cúpula de
ingenieros de la más rancia tradición y forma de pensar. Se
continúan utilizando los sistemas concesionales como prebendas
casi gratuitas a los grandes sistemas de riego y compañías
hidroeléctricas. Se privatiza la gestión en favor de empresas o
consultoras hermanadas con los dirigentes de la administración
hídrica.
Y
simultáneamente, se utilizan las peores formas con los habitantes
del Pirineo afectados por estas infraestructuras. Se compran
voluntades aprovechando las debilidades de territorios frágiles
que son llevados a la desesperanza. Se utilizan pueblos que se
dicen afectados y no lo son, para aislar a quienes luchan contra
esta barbarie. Se apalea, imputa y multa a quienes verdaderamente
viven de la tierra y por eso la aman y la defienden. Se expropia
abusiva y sectariamente con cantidades ridículas. Se destruyen
patrimonios que forman parte de la esencia montañesa y, lo más
grave, se intenta invisibilizar a las víctimas tratándolas de mero
estorbo para megalómanos y ruinosos proyectos.
Es este
un camino que sigue hipotecando el espacio montañés, un camino en
el que el recurso agua se sigue viendo como algo ajeno a los
intereses del territorio que lo produce. Porque el agua se produce
en la montaña, se genera en los ecosistemas de montaña gracias a
la gestión de sus pobladores. En este sentido, es importante que
los montañeses tomemos conciencia de nuestro derecho a tener un
papel preeminente en su gestión. Reivindicamos disponer de más
poder en los órganos de gestión del agua. Y llamamos a las gentes
de estos valles a que se comprometan a luchar contra este proceso
colonizador que está contribuyendo de forma decisiva a terminar
con uno de los elementos básicos de nuestra identidad. Los ríos,
ibones, fuentes, y el paisaje por donde corre el agua, son
montaña.
Todo
esto no ocurre por casualidad. Tiene raíces profundas y poderosas
engarzadas con la especulación, la deshumanización, la
mercantilización de todo, la apropiación de lo colectivo en
interés de algunos, la aculturización de los territorios con más
personalidad. Y todo esto no es ajeno a lo que está ocurriendo con
todo lo demás. La razón de esta sinrazón está en un modelo
económico depredador cuyos únicos valores los comercializan
mercados despóticos. En ese sentido la lucha de la montaña es
solidaria con tantas personas que ven recortados sus derechos o se
ven privadas de los servicios que satisfacen sus necesidades
básicas. Y sobre todo es solidaria con territorios hermanos, como
el Delta del Ebro, que conocen de verdad el valor de los ríos.
Pero
este no es un camino irreversible. De nuevo hemos de comenzar a
trazarlo pero hemos de hacerlo reparando la injusticia cometida,
recuperando la vitalidad ahogada en el pasado por las aguas y la
memoria de los ausentes. Solo una sociedad que sabe reconocer sus
errores y ser generosa en la reparación de los daños que
produjeron será creíble para trazar nuevas sendas. Y la montaña,
el espacio pirenaico, los valles de nuestros ríos, requieren ese
reconocimiento.
Por eso
es una obligación irrenunciable exigir reconocimiento y memoria
para tantos montañeses que tuvieron que abandonar sus hogares con
el corazón roto, y los ojos vacíos de lágrimas derramadas en días
y noches de eterna vigilia confiando que, por algún milagro si
fuera necesario, las aguas nunca ocuparan los patios de sus casas,
ahogaran los árboles de sus huertos, reventaran los muros de sus
casas o convirtiera las torres de sus iglesias en tristes y
solitarios vigías de un mar muerto. Reconocimiento y memoria
reales y no de papel, de hechos y no promesas. Nosotros, hoy aquí,
os mostramos ese reconocimiento y un abrazo enorme de gratitud por
vuestro ejemplo y testimonio de amor a la tierra de vuestros
antepasados.
El
nuevo futuro ha de ser diferente o no lo será. Por eso tenemos el
firme convencimiento de que estamos en puertas de un nuevo tiempo.
Un tiempo que dé nuevas oportunidades a nuestros valles y ríos
recuperando la vieja hermandad que tuvieron en el pasado. Un
tiempo en el que los desalojos de pueblos o la inundación del
sustento de las familias que los habitan sean un triste recuerdo
imposible de repetirse porque la racionalidad en la planificación
habrá blindado contra esas viejas maneras de hacer. Un tiempo en
el que la gestión verdaderamente democrática del uso de las aguas
sea una realidad. Un tiempo en el que nacer y vivir en la orilla
de un río sea una oportunidad de futuro.
Afortunadamente, para afrontar ese nuevo tiempo contamos también
con nuevas generaciones. Jóvenes que han nacido y crecido
envueltos en esa reivindicación y que, hoy, están firmemente
comprometidos con la defensa de su tierra. Ellos están tomando el
relevo con nuevos bríos, nuevas ideas y nuevas formas, pero con la
misma esencia de siempre: mantener vivo el territorio que nos ha
visto nacer y vivir a tantas generaciones de montañeses.
POR LA
DIGNIDAD DE LA MONTAÑA, ¡YESA NO!
Artieda, 10 de noviembre de 2012.
Asociación Río Aragón contra el recrecimiento de
Yesa-COAGRET
C/Mayor, 17. 50683-Artieda de Aragón (Zaragoza)
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