Hoy salen
los vecinos de Artieda a protestar contra el recrecimiento
de Yesa. Básicamente, la modificación del proyecto para
elevar la cota del pantano sólo a un nivel intermedio no ha
servido de gran cosa. Los que se oponen se siguen oponiendo.
Y tienen sus razones porque los embalses son
infraestructuras que siempre producen víctimas entre quienes
ven anegadas sus tierras, sus casas, su vida. ¿Que las
presas son necesarias? Puede que sí o puede que no. Habría
que averiguarlo, porque hoy en día ni el regadío es lo que
era ni las intervenciones hidráulicas gozan del predicamento
que tuvieron.
¿Merece la pena recrecer Yesa desoyendo cualquier otra
consideración (impactos sociales, culturales y
medioambientales, riesgos por la inestabilidad del terreno,
enormes costes, etcétera)? No lo creo. Hace cincuenta años
podían existir argumentos de peso a favor de esa obra y de
otras similares (que de hecho han convertido la cuenca del
Ebro en una de las más reguladas del mundo), pero
actualmente la situación ha cambiado debido a múltiples
factores: desde los avances tecnológicos en la agricultura
de regadío hasta las nuevas sensibilidades a la hora de
evaluar los efectos que causan las macrointervenciones
humanas en los ríos.
Me temo que recrecer Yesa es uno de esos tópicos que integra
desde hace decenios nuestro argumentario político. Se ha
hablado tanto de esa obra, ha sido tan anunciada, prometida,
comentada y usada como arma arrojadiza en las contiendas
entre partidos, que ahora pende sobre nosotros como una más
de las frustraciones del pasado que nos empeñamos en superar
para recuperar así el tiempo perdido. Sobre la actual
capacidad de Yesa para afrontar los usos que se da al agua
que almacena se ha oído de todo. Según cierto presidente de
la Confederación Hidrográfica, podían atenderse las
necesidades de los regantes y el suministro a Zaragoza sin
necesidad de tocar el embalse. Otros técnicos han llamado a
sustituir el conflictivo recrecimiento por nuevas
regulaciones aguas abajo en paralelo a los propios regadíos.
Luego está lo de la inestabilidad de las laderas donde se
quiere asentar la nueva presa. Demasiadas incógnitas y
contradicciones.
En los años sesenta y setenta del siglo pasado se hacían
muchas cosas (en el resto de Europa, también) que ya no
tienen cabida en los programas sociopolíticos de hoy. Aragón
se quedó entonces sin lograr algunas de sus más sobadas
aspiraciones (pantanos, vías de comunicación de alta
capacidad, actuaciones urbanísticas) y ahora todavía existe
un obtuso empeño en conseguir aquello aunque no tenga ya
demasiado sentido. Deberíamos estar reclamando otras cosas,
pero la inercia puede más que la inteligencia. Así estamos,
siempre en lo mismo: mucho conflicto y pocas satisfacciones.
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