Opinión

El Siete de Aragón, 1-7 de octubre de 2001
Después de la Marcha Azul

José Manuel Nicolau

Tras la marcha azul ha aflorado la grieta que separa al Pirineo de la DGA, a la Nueva de la Vieja Cultura del Agua. En realidad hay dos posiciones: La que comparten el territorio pirenaico, una serie de minorías informadas y la CHA, en contra del trasvase y de los embalses que lo hacen posible y la de una élite política, empresarial y mediática que reclama unidad frente al trasvase y contra Matas. Al margen queda la mayoría del pueblo aragonés, desinformado acerca de esta clave interna del conflicto, y por lo tanto sin opinión formada, pero eso sí, ofendido por la actitud prepotente del PP. 

Desde una perspectiva pirenaica (que no de la "izquierda radical") la crisis post-Bruselas beneficia nuestros intereses. Después de 15 años de trabajo conseguimos situar el problema de los embalses en el centro del debate, conseguimos que el Pirineo tenga el protagonismo que le corresponde en este conflicto, como territorio productor de agua y principal damnificado por la Vieja Cultura, la que únicamente valora el agua como objeto de especulación, bien desde Madrid o desde Zaragoza. 

Pero aún hay que dar un paso más para ir a la raíz: situar en el centro del debate el verdadero problema del agua en Aragón, que es la profunda crisis del modelo "pantano grande-regadío extensivo", tal y como se ha venido haciendo. El binomio pantano grande-regadío extensivo ya no es rentable a nivel económico (más del 50% del regadío aragonés sobrevive gracias a las subvenciones); ni social, pues no retiene la población; ni ecológico (la UE ha excluido miles de
hectáreas monegrinas al regadío, negó subvenciones para el abastecimiento de Zaragoza desde un Yesa recrecido y no permitirá que el delta se salinice con nuevos regadíos en las estepas del Ebro).

Ahí, el Pirineo y los regantes de a pie tienen que ir unidos. Ahí, la CHA tiene mucho que hacer.

MarchaBruselas.com