El Camino de Santiago en peligro

El precio del patrimonio

Patrimonio Aragonés, n.º 2: 7-8. Enero de 2001. Boletín de APUDEPA
El Plan Hidrológico Nacional presentado por el gobierno del PP supone para Aragón un estrago humano, una hipoteca del futuro y una humillación irreparable. La justificación que desde el gobierno central se hace de la obra, tanto desde la óptica social como desde la técnica e hidrológica, es totalmente inadmisible. No sólo las necesidades de agua, que parecen justificar el trasvase, en Levante son inexistentes, o destinadas a fines bien lejanos de la agricultura, sino que, además, la promesa de compensaciones a Aragón es una falta de respeto a todo este pueblo.

El Pirineo y el llano han sufrido durante décadas los rigores de una política hidráulica desacertada que a pesar de inundar los valles y los pueblos de las zonas donde el agua es más abundante, no ha resuelto las carencias de las zonas con escasez de agua. Y es aquí donde hay que ir para comprender la dimensión de términos que tanto se manejan en estos días como sacrificio, solidaridad y compensaciones. La montaña ha pagado ya un alto precio por las obras hidráulicas requeridas por una planificación agrícola que no ha tenido ningún respeto por el desarrollo global del territorio.

Hay dos zonas que son especialmente significativas de aquellas que han sido castigadas por la construcción de pantanos en el Pirineo aragonés. Me refiero al curso medio del río Ara, donde se proyectó a principios de siglo el embalse de Jánovas, y a la zona occidental de la Canal de Berdún, donde se construyó hace cuarenta años el embalse de Yesa. Éstas representan todo lo que la construcción de un pantano puede llegar a suponer para una zona habitada que tiene un aprovechamiento medido (más o menos eficazmente) de los recursos que la rodean, y cuya aspiración, como la de cualquier comarca, es prosperar.

En el valle del Ara la pérdida que supuso el proyecto de construcción del embalse de Jánovas fue tal que todavía hoy el curso medio del río supone un desierto dentro del valle. Apenas unos pocos pueblos resisten en la margen derecha del Ara, aún a sabiendas de que un impulso definitivo a la construcción del embalse acabaría con todo su esfuerzo de forma inmediata. En Jánovas el caso es especialmente sangrante. Este pueblo, cuya morfología era, como en muchos otros pueblos de la zona, bajomedieval por completo, no sólo fue expropiado y desalojado (las últimas familias hace veinte años), sino que además se dinamitaron sus casas para que no pudiera existir tentación alguna de volver a ellas. Con ello la pérdida para el patrimonio histórico artístico fue verdaderamente sentida. 

Lacort, donde se encontraba el último batán de tecnología preindustrial de Aragón, fue igualmente desalojado y sus casas sufrieron los rigores de la ausencia de habitantes, es decir, un desmoronamiento casi biológico. Pero mucho más graves aún fueron los efectos colaterales. En el valle de la Solana, toda la vaguada que se abre al Norte del Ara en esta zona, y cuya salida natural se encuentra entre Fiscal y Jánovas, justo donde se construía el pantano, casi diez pueblos se vieron obligados a despoblarse porque el proyecto condenaba sus tierras bajas de cultivo, su salida natural y a sus vecinos más prósperos de la ribera, Jánovas y Lacort sobre todo. El resultado de este despoblamiento es no sólo la pérdida de la fuerte identidad colectiva que este valle siempre tuvo, sino también la condena a muerte de todas las formas de patrimonio histórico-artístico que se desarrollaban en el valle. El arte mueble, la arquitectura religiosa, la arquitectura civil, el habla, las romerías, el folklore, el patrimonio preindustrial, la etnografía, nada de eso podrá recuperarse nunca, porque aunque pudiéramos reconstruir las casas, las iglesias, los caminos, nada volvería a ser igual que antes, porque la tradiciones con siglos de arraigo se vieron truncadas de raíz en los años sesenta con el impulso al proyecto que ya existía desde los años veinte.

En el caso del embalse de Yesa la realidad, todavía hoy, es más desgarradora aún. No sólo se abandonaron pueblos que no iban a ser inundados por el pantano, como Esco, Ruesta o Tiermas, sino que las actuaciones para con sus habitantes fueron absolutamente mafiosas e inhumanas. El desarraigo que el embalse produjo en miles de personas que de allí tuvieron que salir, a los que se trató más como a fugitivos que como a abnegados ciudadanos solidarios (luego nos tenemos que oír memeces de Ministros iletrados), es inexplicable sin visitar los pueblos y conocer alas personas.

Un pueblo como Tiermas, que era el segundo pueblo de la Canal de Berdún a principios de siglo, y cuyos balnearios eran famosos en toda España y parte de Europa, fue mancillado de tal modo que nunca se permitió a sus habitantes intentar recomprar las casas que no se inundaron (es decir, la gran mayoría), y a los nacidos allí ni siquiera se les permite tener el nombre de su pueblo en el D.N.I. Bajo las aguas quedaron varios kilómetros de Camino de Santiago, puentes medievales y yacimientos arqueológicos desde la época romana, callados ya para siempre.

Con el recrecimiento, como si fuese un recazamiento, de un estado que quiere sumar trofeos de caza, se inundarían más kilómetros del Camino de Santiago, dos iglesias románicas importantísimas, con sus respectivos yacimientos arqueológicos medievales, un pueblo lleno de casas señoriales y con un gran templo del siglo XIV, y varios yacimientos romanos que nunca se han excavado a fondo. Pero claro, si los pueblos que fueron expropiados tanto en el Ara como en Yesa, que son en la actualidad propiedad del Estado, son integrantes del patrimonio aragonés, tienen Bienes de Interés Cultural en su interior (Ruesta, San Juan de Maltray), son ignorados incumpliendo malvadamente la ley por el propio gobierno y sus delegaciones de cultura, difícilmente podemos esperar un respeto de su parte a lo que desconocen. Porque si la ignorancia es muy atrevida, su matrimonio con el poder solo consigue una prole degenerada y dañina.

Para acentuar el efecto que la construcción de embalses tiene sobre la vida de los valles, especialmente en el Pirineo, quiero comentar el caso del valle de la Garcipollera. Con la construcción del embalse de Yesa fue necesario controlar los aluviones posibles provenientes de los diferentes barrancos que vierten al Aragón aguas arriba del pantano. Uno de los ríos de mayor aforo potenciales el Ijuez, que discurre por el valle de la Garcipollera, desde su nacimiento hasta Castiello de Jaca. En el valle existían cinco pueblos, Bescós, Villanovilla, Acín, Yosa y Larrosa, que fueron igualmente expropiados y desalojados en cada caso para dejar el valle desierto con objeto de construir en él unas presas de contención para las avenidas del Ijuez. El resultado es un valle despoblado, sin apenas comunicación rodada posible a su parte alta, con varias iglesias románicas en sus respectivos pueblos y quizá la más importante pieza del románico aragonés, Santa María de Iguácel, restaurada pero abandonada al fondo del valle, difícilmente visitable y expuesta a cualquier agresión del hombre o la naturaleza. Y la Garcipollera está a cuarenta kilómetros de Yesa.

Nadie puede intentarnos "vender" que los efectos colaterales de la construcción de un embalse no existen, o que se compensan con los beneficios, o que se arreglan trasladando ermitas o compensando a los desalojados económicamente. Porque la pérdida de cada inundación es de todos, porque el Estado debería compensar a los de Teruel por el patrimonio que aniquila en Jánovas, porque el Estado incumple la ley que él mismo promulga. Porque, aunque rehabilitemos esos pueblos, ya se habrán perdido para siempre. Nadie tiene derecho, ni mucho menos un arrogante e ignorante ministro, ni los maniqueos "reyes taifas" del Levante, correligionarios de aquél, a llamar insolidario a un pueblo que ha perdido tanto y ha admitido tales hipotecas para que otros se enriquecieran. Las compensaciones sugeridas por los necios sólo sirven a los necios.

Asociación Río Aragón-COAGRET