De Jánovas sólo
dejaron los muros de las casas para impedir que los vecinos
volvieran. I.
VISCASILLAS. Campodarbe
Emilio Garcés y su mujer, Francisca, son «los últimos de Jánovas».
El sábado 10 fue para ellos uno de los días más felices de su
vida. El estudio de impacto ambiental del pantano que se iba a
construir en las tierras que tuvieron que abandonar a la fuerza ha
resultado negativo y el embalse que iba a regular el río Ara ya no
se va a hacer. La pesadilla que comenzó en 1951, tras la
aprobación del plan de explotación y la declaración de utilidad
pública de este embalse, había terminado. Ahora empieza la lucha
por recuperar el daño ocasionado a toda la comarca del Sobrarbe y
para conseguir un plan específico de inversiones que devuelva la
ilusión al fértil valle del Ara.
El matrimonio formado por Emilio
y Francisca recibió la noticia de que Jánovas nunca se construirá
al recibir una llamada de José María Santos, profesor de Guaso.
«Me quedé como si me hubiera caído un rayo –dice Francisca, que
cogió el teléfono–. Se la dije a Emilio y aun me dijo si no me
había confundido».
Desde el 20 de enero de 1984, el
matrimonio Garcés vive en Campodarbe, a escasos siete kilómetros
de Boltaña, en el valle de la Guarguera. Muy cerca de Jánovas
donde Emilio tenía un taller de zapatería y Francisca una
carnicería. A sus 78 años, Emilio está convencido de que Jánovas
volverá a ser lo que fue. Y que en este empeño participarán sus
seis hijos y sus trece nietos, así como toda una comarca que
siempre se ha volcado en defensa del único río importante del
Pirineo que ya no será regulado.
«Nos hemos hecho viejos
esperando esta noticia», comentaba ayer Francisca, «pero ahora
está la segunda parte: cómo volvemos allí, después de la forma en
la que lo han dejado todo». El destruido Jánovas sigue en su
mente. A los vecinos les estropearon las cosechas a conciencia,
les engañaron con las tierras que les daban a cambio de que se
fueran, destrozaron el río, les dinamitaron las casas para impedir
su vuelta y les cambiaron toda una forma de vida en beneficio del
progreso. El matrimonio Garcés-Castro tiene muy claro que lo que
ocurrió en Jánovas para que los vecinos abandonaran sus tierras
fue «una salvajada. La expropiación se hizo de una forma míserable».
Emilio Garcés pone un ejemplo. La hacienda de Severino Sierra
Buesa, la más rica de la localidad y que había sido lograda tras
décadas de trabajo, fue expropiada por 823.000 pesetas.
En sus recuerdos están los días
de miedo. Los días de incertidumbre por lo que iba a ocurrir. De
visitas a los gobernadores de Huesca Víctor Fragoso del Toro –con
Franco– y Miguel Godia –década de los 80– para explicarles qué era
Jánovas y qué significaba vivir allí. A pesar de todo, Emilio
Garcés no pierde el humor. Sólo tuerce el gesto cuando se refiere
a los ingenieros de Iberduero, a cómo actuaron los agentes de la
Guardia Civil o el papel que desempeñó el ingeniero jefe del
catastro de Huesca, Ricardo Abad Botella, «cuando bajaba el valor
de las tierras», o de los testigos que se «sacaba» la
Administración para decir que las tierras del valle del Ara eran
yermas.
A pesar de todas las desgracias
sufridas por los Garcés-Castillo, como ejemplo de todo lo que les
ocurrió a las familias que vivían en Jánovas, tienen una fe ciega
en el futuro. Emilio y Francisca siguen desvelándose por sus hijos
y sus nietos. Ayer, su nieta Ara, de dos años, la mayor de su hijo
Antonio, era el blanco de sus cariños mientras el pequeño Chuan,
con apenas once meses, dormía en la cuna. La niña dice que es de
Boltaña, pero que su padre es de «Jábobas». Su padre dejó caer que
«si de verdad hubiera un verdadero diálogo entre el llano y la
montaña», Jánovas hubiera sido un mal sueño. Y también tiene una
esperanza. Que la Ronda de Boltaña al menos por un día, deje de
entonar la «Habanera Triste» –canción símbolo de la lucha contra
los pantanos– y entone una habanera alegre. Los cincuenta años de
Jánovas bien lo merece.
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